2. Jesse

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Como una de aquellas pesadillas en las cuales no se puede correr nunca lo suficientemente rápido, los pies le pesaban, y sin importar cuánto avanzara, el pasillo seguía luciendo interminable al frente.

Con piernas temblorosas se había abalanzado hacia la puerta, en donde volvió a chocar con el muchacho y Charis lo apartó de su camino de un empujón. Después se lanzó fuera y sorteó el corredor en penumbras, gritando despavorida.

Al llegar al final y encontrarse al inicio de la rampa, sin embargo, tuvo que detenerse de golpe al ver que estaba bloqueada en la cima por una robusta puerta, la cual no supo si estaba cerrada o a dónde conduciría.

Escuchó pasos a sus espaldas, y un vistazo por encima de su hombro le heló la sangre en las venas. Aquel sujeto había abandonado su sitio junto a la puerta, y ahora avanzaba tranquilamente por el pasillo en su dirección. Su fina silueta se volvió acuosa ante sus ojos anegados de lágrimas.

—Esto no es real... No es real... —jadeó, antes de fijarse en que a la izquierda había otro pasillo, por el cual se precipitó sin dudarlo un instante—. No es real. No. No es real...

Se encontró con las mismas escaleras que había evitado antes, y las escaló sin detenerse. A esas alturas estaba teniendo problemas para pensar con claridad, pero de una cosa estaba segura, y era que no le importaba a dónde la llevaran ahora, mientras fuera lejos de él.

No tuvo el valor de volver a mirar atrás. No sabía si su corazón resistiría si aquel sujeto se encontraba todavía más cerca. ¡¿Por qué la estaba siguiendo?!

Sus pensamientos sonaban mitigados por el estertor descontrolado de su pecho conforme subía peldaño a peldaño, torciéndose los tobillos y raspándose el codo contra la pared granulada de piedra al trepar por la baranda para no caerse.

Cuando finalmente llegó arriba, se encontró con el mismo corredor vacío, al final del cual alcanzó a ver la sala de espera. Casi podía imaginarse a aquel sujeto pisándole los talones, y sus miedos se hicieron reales en cuanto oyó sus pasos al inicio de las escaleras que acababa de dejar atrás. Charis volvió a correr, boqueando sin fuerzas para gritar. La debilidad de las extremidades, obra del cansancio y el pánico, hizo que empezara a dar tumbos y creyó que se desmayaría, pues había comenzado a ver borroso, y la cabeza le daba vueltas.

Pero entonces, al final del corredor, apareció otra silueta. Una que le retornó el alma al cuerpo:

—¡¡DANIEL!! —gritó con las últimas fuerzas que le quedaban.

Aquel se detuvo de golpe, y al momento de reconocerla echó a trotar en su dirección para encontrarla a mitad del camino.

Charis se desplomó en cuanto él le tendió los brazos, y a salvo entre ellos se echó a llorar por fin, sintiendo irse todo el oxígeno de sus pulmones en los sollozos frenéticos que aserraban su garganta seca.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora