El teléfono móvil de Charis irrumpió de forma tan repentina en sus pensamientos que le hizo dar un brinco. Su pie casi se movió por reflejo al pedal del freno, pero no tenía en donde orillarse para aparcar y responder. Probablemente no lo hubiera hecho aún si hubiera podido, pues los alrededores estaban en penumbras dadas las altas horas de la madrugada, y todo lo que quería era dejar atrás la solitaria y oscura carretera para llegar pronto al abrigo de las luces cálidas de la ciudad.
Introdujo la mano en su bolso en el asiento del copiloto, y para no apartar la vista de la vía hurgó a tientas buscando su teléfono; el cual halló solo gracias a la vibración. La luz que emitía la pantalla disipó parte de la oscuridad al interior del vehículo y, ayudándose de un breve vistazo, Charis respondió y puso el altavoz en cuanto vio el nombre que acompañaba la llamada:
«Daniel».
—Tardaré otros treinta minutos. —Habían hablado tantas veces en los últimos días para concretar los detalles finales de la mudanza, que, en algún punto los saludos se volvieron innecesarios.
—¿Estás conduciendo? ¿Puedes orillarte?
—Puedo hablar, Dan, estás en altavoz.
No tuvo que ver la cara de Daniel para adivinar su gesto lleno de reproche.
—Bien, seré breve. Quería decirte que estaré esperándote fuera del edificio. —Su tono se suavizó, juguetón—. ¿Crees poder reconocerme?
Charis alargó una sonrisa, divertida.
—Sospecho que serás el único sujeto de pie en frente del edificio a las cinco de la mañana. ¿Tú crees poder reconocerme?
—Pelirroja —fue toda su respuesta—. Conduce con cuidado. ¡Nos vemos!
Ella cortó la llamada. Meneó la cabeza y aspiró un hondo respiro.
Esperaba que diez años no hubiesen cambiado demasiado a Daniel; pero aún si él ya no se parecía al muchacho de quien se había despedido, confiaba en que sería capaz de reconocer a su mejor amigo de la adolescencia.
Tras una media hora, acompañada solo del ronroneo del motor, el de su respiración álgida de frío y nervios, y el del viento que silbaba contra las ventanillas, el cartel de bienvenida de la ciudad apareció por fin al frente, primero como un punto borroso en la distancia, y luego más y más grande conforme se acercaba. De color verde opaco y letras blancas gastadas, estaba tal y como el día en que, entre lágrimas le había dicho adiós por la ventanilla de un autobús:
«Bienvenido a la ciudad de Sansnom».
Casi se perdía entre la bruma típica de las madrugadas en aquella ciudad, la cual no extrañaba demasiado. Poco después, empezó a divisar las primeras casas, viejas, sembradas reciamente en el terreno duro y yermo de la zona, apenas visibles en el crepúsculo del amanecer. La distancia entre las viviendas fue decreciendo lentamente hasta que poco a poco el paisaje a su alrededor empezó a parecerse más a una ciudad con cada kilómetro que avanzaba.
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Monochrome | TRILOGÍA COMPLETA
ChickLitEl viejo hospital Saint John alberga el recuerdo más negro de Charis. Charis ha abandonado la ciudad y regresado a Sansnom, su pueblo natal, para reconciliarse con su pasado, y se ha reencontrado con Daniel, su mejor amigo de la infancia, quien ejer...