9. Suposiciones

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Aun cuando no pudo oír demasiado por encima de sus gritos de terror, estaba segura de que el sonido que escuchó cuando el elevador se precipitó abajo fue el más aterrador que hubiese oído en toda su vida: el de un horrendo coro de metales vibrando y comprimiéndose con escalofriantes rechinidos, mientras todo a su alrededor se movía y sacudía.

Sintió, por una milésima de segundo, que sus talones abandonaban el suelo. Eso fue antes de que la cabina emitiese otro ruidoso estruendo al hallar un abrupto tope, deteniéndose de golpe, y la fuerza del aterrizaje provocase que sus talones se clavasen al suelo con un calambre electrizante que subió por todo el largo de sus piernas, dejándole un intenso hormigueo.

Se tambaleó hacia una de las paredes del elevador, sin embargo, una mano helada atajó su brazo, deteniendo su caída y jalando de ella en la dirección contraria. Se desplomó igualmente, golpeándose las rodillas en el suelo; pero al menos la parte superior de su cuerpo lo hizo contra otra superficie menos dura que la peligrosa pared de espejos.

Y así, tan pronto como el horror había iniciado, todo dejó de moverse. Por último, las luces parpadearon, y finalmente se apagaron. Así, la cabina quedó quieta, sumida en el más absoluto silencio, y en la más apabullante oscuridad.

Charis sintió que las vías aéreas le escocían. Tal vez fuera el modo en que su garganta aserraba el aire al respirar; o quizás se debía a la forma en la que había gritado. El tiempo transcurrió lento en lo que intentaba determinar si la pesadilla había terminado. Aún estaba demasiado confusa y desorientada para saberlo.

Le dolieron las yemas de los dedos, y tardo unos segundos en darse cuenta de que era debido a la fuerza con que los crispaba en torno a lo único a lo que había podido asirse, y que ahora se sentía entre sus manos como un brazo muy delgado. Percibió otro tras su espalda, alrededor de sus hombros.

Ambos brazos la abandonaron con cuidado tras algunos segundos, pero ella los aferró, reclamándolos de vuelta con desesperación, sintiéndose ahogar en el vacío, y que se perdería en la penumbra si la soltaban.

—¡No, no te vayas...!

—Aquí estoy —masculló él, y Charis lo sintió erguirse con dificultad entre la pared y el cuerpo de ella.

Charis apenas lo escuchó.

—¡¿Qué demonios fue eso?! ¡¿Qué sucedió?!

Aunque no podía verlo, continuaba aferrándose a su brazo como un gato amenazado por una caída. Aún si se trataba del chico de los muertos; cualquier cosa era mejor que sentir que estaba sola allí.

—Debió ser una falla, o-...

—¡Es más que una falla; el elevador se cayó! Dios mío... ¡¿Y si continúa cayendo?!

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora