8. Felices por siempre

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Enfundada en su vestido de novia y un peinado alto, ornado de florecillas blancas, con algunos flecos enmarcando su rostro, y otro sobre su frente; un velo ribeteado de pedrería que llegaba al suelo, y guantes de seda envolviendo sus brazos, Mademoiselle De Larivière lucía como una princesa de cuentos. Se observaba a sí misma al espejo dando vueltas y admirando cada ángulo como si no reconociera su propio reflejo.

Charis le ordenó el velo a las espaldas y le acomodó la sobrefalda, igual de fascinada que ella, o quizá incluso más:

—Te ves absolutamente hermosa.

—¿Crees que a Roel le guste? No me ha visto aun usándolo.

—¿Bromeas? Si no llora al verte, me opondré cuando hagan la pregunta.

—Oh, por favor no lo hagas. Pagué mucho por este vestido —le dijo Sam, con gesto preocupado, y las dos rieron al unísono.

La habitación en que Sam se preparaba parecía la habitación de una niña. Abundaban en la tapicería, el empapelado de las paredes, las alfombras, e incluso la mobiliaria los rosas pasteles, lilas, cremas y blancos. Charis distinguió un estante repleto de animales de peluche, y en una esquina una casa de muñecas, y aquello confirmó sus sospechas.

—¿Esta solía ser tu habitación?

—Así es —sonrió Sam, y echó un vistazo alrededor con nostalgia. Al ver la casa de muñecas dio un suave jadeo emocionado y la invitó a acercarse con un gesto de su mano—. Mi hermana y yo solíamos jugar con ella todo el tiempo. Aunque Ophelie ya era mayor...

La casita era más bien una mansión. Con ventanas de cristal real, puertas que se abrían, y dotada de al menos una docena de habitaciones con muebles de madera finamente diseñados, adornados de detalles minuciosos, era el sueño hecho realidad de cualquier niña.

Charis se agachó y miró dentro, admirada por cada nueva habitación, sin dejar de encontrar detalles en cada rincón, desde la vajilla del comedor, hecha de porcelana real y con cubiertos diminutos, hasta los armarios repletos de ropita minúscula.

—Es increíble... No sabía que las había de este tamaño.

—Fue hecha a encargo. Los muebles fueron tallados y pintados a mano. ¡Incluso tiene luz! —Dijo Sam, y presionó un botón con el cual encendió luces cálidas por todas las habitaciones de la casita.

Charis curioseó un poco más. Por un momento se encontró deseando volver a ser una niña, y disponer de todo el tiempo del mundo para jugar allí por horas. Kim estaría encantada; probablemente jamás había tenido nada similar... Y Charis tampoco.

Mientras espiaba por las habitaciones ante la mirada paciente y dulce de Sam, creyó ver algo bajo la cama de una de ellas e introdujo la mano para sacar lo que había allí. Se encontró con una muñeca. Esta estaba desnuda, tenía el cabello negro cortado a ras de la cabeza y el rostro estropeado con tinta. La contempló confusa en su mano solo por un instante antes de que Sam la recuperase y emitiera un boqueo al sostenerla en la suya.

Oh dieu... lo había olvidado por completo.

Sam fue a limpiarle el rostro con el pulgar, pero Charis se la arrebató antes de que lo intentara.

—¡Espera! No vayas a ensuciar tus guantes. —Y reanudó la tarea, pero la tinta ya se había secado hacía mucho— ¡¿Qué le pasó a la pobre?!

Sin éxito en su labor, desistió y contempló la muñeca en su mano, intentando ordenar con lástima su cabello desastrosamente cortado.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora