8. Regreso

145 19 112
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En el denso silencio dentro de la cabina del vehículo, el ruido del motor no era más que un zumbido lejano.

Charis conducía. Se negó a que lo hiciera Daniel, arguyendo que no estaba en las mejores condiciones, y él no objetó nada. Aquel no despegaba la vista de su teléfono móvil, como en espera de alguna llamada, pero con expresión pavorosa, como si al mismo tiempo le atemorizase recibirla. No fue sino hasta después de casi una hora de viaje en absoluto silencio que pareció percatarse, desde que dejaran la casa a toda prisa para regresar a Sansnom, de que existía en el mundo a su alrededor.

Echó un vistazo sobre su hombro al asiento trasero, en donde Jesse y Beth viajaban callados, y luego a Charis, quien le devolvió una mirada afligida por el rabillo del ojo.

—No saben cuánto lo lamento —murmuró.

Ella movió la cabeza:

—En absoluto, Daniel. No es como si hubieses querido esto.

—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Beth, emergiendo por entre los asientos frontales.

—No se preocupen, una vez allá sólo tengo que buscar un vuelo.

—Bueno, yo estaré contigo, vaquero —le dijo ella, y le puso una mano sobre el hombro. Daniel le dedicó una sonrisa agradecida a medio camino de una mueca triste.

Tenían todavía algo de tiempo hasta el aeropuerto, pero Charis tenía el pie tan hondo en el acelerador, que ese tiempo probablemente se viera drásticamente reducido.

—Más lento, Charichi —le reprochó Beth—. Que nos matemos a mitad del camino tampoco ayudará a nadie.

Charis suspiró, pero no disminuyó la velocidad. No lo hizo sino hasta que oyó a Beth exclamar:

—¡Oye! ¡¿Estás bien?!

Daniel alejó momentáneamente la atención de su móvil y Charis miró por el espejo retrovisor al sitio junto a Beth, en donde el cuarto pasajero viajaba tan silencioso que casi olvidaba que iba en el auto con ellos.

El rostro de Jesse lucía casi translúcido a fuerza de su palidez y tenía los hombros hincados en el asiento, como si el respaldo estuviera a punto de engullirle.

Solo entonces ella disminuyó la velocidad.

—No... Charis, está bien —protestó él—. Es... una emergencia.

—Beth tiene razón. Podemos ir más lento —dijo Daniel—. Erika... estará bien. Esto ya ha ocurrido antes.

Aunque intentaba sonar templado, Charis percibió que intentaba convencerse de ello con todas sus fuerzas.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora