12. Blanco y Negro

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El sentimiento de estar en ascuas en una sala de espera, aguardando por noticias luego de que Daniel fuera internado otra vez en el hospital no se comparaba con la culpa por su participación en las circunstancias.

En lo que esperaban juntos por los resultados de los exámenes en busca de alguna causa subyacente a la intensa fiebre que le sobrevino a Daniel poco después del accidente, cuando conducían con él al hospital, Charis no cesó de pasearse. Jesse permaneció inmóvil a mitad de largo corredor oscuro, con la espalda apoyada contra la pared y las manos tras la misma, firmemente entrelazadas.

De vez en cuando, algún miembro del personal atravesaba el pasillo, pero el resto del tiempo estaba desierto, y el silencio empezaba a abrumarla otra vez.

Charis se detuvo en su paseo y levantó la cabeza para mirar a Jesse. Al hacerlo, recordó que también tenía un asunto pendiente con él, y se armó de valor con un respiro.

—Lo siento... por todo esto —se disculpó—. No debiste verte involucrado.

Por el rabillo del ojo le vio mover la cabeza y tocarse el cuello.

—Descuida...

Entonces, de soslayo, Charis advirtió sobre la blancura imposible de su piel, el contraste del color rojo brillante de una salpicadura que no había notado.

—¿Qué es eso? —se acercó para ver mejor, y atrapó su hombro cuando él hizo el intento de apartarse.

Y la culpa la atacó nuevamente. Él tenía dos rasguños a mitad del cuello, y otro más en el costado de la mano con que hacía el afán de cubrirse. Revivió la imagen de los fragmentos de vidrio roto cayendo sobre los hombros de Jesse como una cascada, y aquellos desperdigados por el suelo.

Charis alcanzó su mano y revisó su muñeca. La sangre parecía haber remitido, pero los puños percudidos de su ropa estaban manchados. No supo decir cuanta de esa sangre le pertenecía a él, y qué proporción de la misma pertenecía a Daniel, del momento en que Jesse había atendido su hemorragia en el estacionamiento, ejerciendo presión sobre la zona con un paño de cocina que un vecino les facilitó.

La imagen estremeció su estómago y ella sacudió la cabeza.

Empezó a rebuscar en su bolso en busca de un paquete de toallas de bebé que siempre llevaba consigo para limpiarse el rostro o refrescarse.

—Ven —lo llamó con ella hacia los asientos del corredor.

Viendo que no se movía, Charis enroscó los dedos alrededor de la muñeca sana y lo guio hasta una silla, sentándose a su lado.

Jesse hizo por apartarse apenas advertir sus intenciones:

—No... Espera-... No es necesario que-...

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora