15. Lluvia roja

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Estaba segura de que de no haber tenido la motivación que le impulsaba a seguir corriendo en la penumbra, sin idea de a dónde llevaba el camino, a pesar del temblor de sus piernas adoloridas y el terror que la embargaba, hubiese desfallecido mucho antes; quizá justo al momento de rodear el aserradero y alcanzar el sendero oscuro, el cual nunca, bajo ningún concepto se hubiese atrevido a recorrer sola si la situación fuera cualquier otra que esa.

Llevaba el teléfono móvil firmemente afianzado en la mano, sirviéndose solo de la luz de la pantalla para iluminar el camino, evitando usar la linterna, pues llamaría demasiado la atención si la estaban siguiendo.

El bosque se sumía más y más en tinieblas, y cada paso frenético que avanzaba sintiendo que en cualquier momento alguien o algo la atraparía aceleraba más el palpitar en su pecho y su respiración ya desbocada por el cansancio, ahogándola; aserrando su garganta.

Miraba la pantalla cada tanto en espera de ver aparecer en la esquina las barras de señal, y se dijo que hasta que ello no ocurriera, no cesaría de correr. Entretanto rogaba en voz alta:

—Resiste. Por favor, resiste... Resiste, Jess... Resiste... ¡Por favor...!

Tropezó en la oscuridad con lo que parecía ser una rama caída, y aterrizó sobre la tierra húmeda a tanta velocidad que rodó dos veces y fue a dar al pie de un árbol al costado del camino.

—No... ¡No, no, no! —farfulló mientras revisaba el teléfono móvil para asegurarse de que no estuviera roto, sin hacer caso a sus codos y rodillas sangrantes.

Pero la pantalla estaba intacta. Y en el momento en que la acercó a su rostro fue el momento exacto en que una pequeña barra de señal apareció en la esquina. Charis dio un boqueo y accedió rápidamente al listado de contactos. No obstante, antes de poder hacer nada, escuchó muy bajo y lejano el inconfundible sonido de llantas. Su primer impulso fue levantarse y hacer señas para pedir ayuda a quienquiera que fuera, pero en cambio se frenó en el afán y lo pensó mejor. Todavía no había llegado a la carretera, y el sendero hasta allí se acababa en el aserradero que llevaba años abandonado, con lo cual concluyó que nadie más tendría motivos para ir hasta allí... salvo los involucrados en el secuestro.

Debía desaparecer de la vista cuanto antes. Observó la penumbra aplastante a los costados, donde los árboles sumían el paisaje en sombras que se tragaban cualquier retazo de luz que pudiera filtrarse por entre las ramas, y todo en su interior se estremeció de solo pensar en que se la tragasen a ella también.

Pero conforme el sonido de vehículo se hacía más evidente, determinó que no podía dudar más, y sin levantarse, arriesgándose con ello a ser vista, rodó sobre su costado por el suelo de tierra hasta la hierba crecida que flanqueaba el camino, en donde su cuerpo quedó sepultado. Y una vez la oscuridad se la tragó por completo, ella se quedó quieta y esperó.

Poco después, un auto pasó a toda velocidad por el camino, iluminando brevemente el sendero con el resplandor cegador de las luces altas. Era el auto de Sacha. Y Charis dio gracias por haberlo anticipado.

Sin el coraje de salir del abrigo del bosque todavía se levantó de su sitio temblando, refrenando el impulso de sacudir todo su cuerpo —víctima de intensos hormigueos obra de la sugestión al imaginarse estar cubierta de bichos— y en vez de volver al camino, se cobijó hacia un árbol y marcó el número de Luk.

—Vamos... ¡Vamos! —bisbiseó, mientras el tono de llamada en espera sonaba una y otra vez, sin conectar. Charis cortó y volvió a marcar—. ¡¡Maldita sea, contesten la puta llamad-...!!

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora