9. Marioneta

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El viento silbó en algún lugar del techo de la mansión De Larivière como si el silencio gimiese de dolor.

Charis permaneció aprisionada entre la baranda de galería y Daniel, quien hacía esfuerzos sobrehumanos por sostenerle la mirada, con el rostro arrebolado y el ceño tembloroso tras su confesión.

—Te amo, Charis... —dijo en un jadeo, y dio un par de pasos en pos de ella—. Yo... te he amado desde siempre.

Si hubiese podido traspasar la baranda con su cuerpo, estaba segura de que hubiese caído, y entonces desearía que los arbustos en el zócalo del balcón se la tragasen como a Alicia en busca de un conejillo blanco, hacia un sitio nuevo y diferente, lejos de allí.

En lugar de eso afianzó los dedos a la piedra y tensó los labios en una línea rígida, contemplando a Daniel.

Este se acercó con cautela.

—No necesito oír que sientes lo mismo. Sé que no lo haces —reconoció—. Pero también sé... que puedes llegar a hacerlo. Con el tiempo. Si solo me dieras la oportunidad de mostrarte... cuán feliz te puedo hacer.

Ella exhaló discretamente. Lo sabía. No necesitaba que Daniel se lo probase. Y era aquello lo que le resultaba más doloroso.

Antes de darse cuenta lo tuvo en frente, afianzando sus hombros con delicadeza, y aun así era perceptible en el tremor de sus manos una desesperación tortuosa.

—Él nunca podrá quererte como mereces que lo hagan. Nunca te dará lo que necesitas.

Aquello remplazó su aflicción rápidamente por una feroz suspicacia. Clavó su mirada en la de Daniel y lo indagó con ella. Omitió preguntarle a quién se refería; era obvio.

—¿Y qué es lo que necesito? —inquirió en cambio.

—Sabes exactamente de lo que hablo... —Daniel habló tan cerca de su oído que pudo sentir su aliento raspando su piel. Acarició su mejilla con los nudillos y ella se estremeció con la mandíbula apretada—. Él no será nunca un amante tierno. Tampoco un esposo atento. Menos aún... un padre. Porque ese no es él; no está en su naturaleza. Y tú no perteneces a su mundo. A este mundo frío, marcado por la muerte y tan lleno de sombras. Apagarían tu luz rápidamente... Mereces una vida hermosa. Un futuro brillante y feliz. Una familia que-...

Charis situó una mano contra su pecho y lo alejó:

—Una gran familia feliz es tu sueño; no el mío.

El rostro de él se congeló y luego se torció con decepción.

—¿Qué deseas entonces? ¿Esta vida llena de incertidumbre? —Abrió los brazos a los costados de su cuerpo—. Un día te hará sentir como una princesa de cuentos, como hace unos instantes, cuando danzaban juntos, y al día siguiente te tratará con frialdad sin explicación alguna. Un momento estará a tu lado, haciéndote creer que eres lo más importante en su vida, y después habrá desaparecido. Y tú lo dejarás todo por ir en su búsqueda cada vez.

—Eso no lo sabes...

—Lo sé; porque lo he visto. Dime, ¡¿es eso lo que quieres?!

De sostenerlo a una distancia segura, Charis pasó a empujarlo para alejarlo de sí y lo contempló con furia:

—Para empezar, no necesito nada de lo que él, tú, ni nadie tenga para darme. En cuanto a lo que deseo para mi propia vida... no presumas de saberlo tú mejor que yo, porque ni siquiera yo lo sé. —Se encogió de hombros con honestidad—. Lo averiguaré algún día, supongo... Y cuando lo sepa, yo misma lo buscaré para mí; y te aseguro que lo conseguiré. Después seré yo quien decida con quien compartirlo.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora