13. Treinta Segundos

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Jesse la soltó tan repentinamente que ella no tuvo tiempo de aferrarse y se quedó de pie, inmóvil en el lugar en que él la abandonó.

Levantó entonces en alto el pequeño frasco frente a ella, en medio de ambos, y lo contempló, girándolo a la luz para ver el líquido al interior moverse y resplandecer a través del cristal tintado con destellos opacos.

—¿Qué es eso? —preguntó Charis.

Jesse miró hacia la puerta, y luego de nuevo a ella, quien lo contemplaba de regreso con ojos grandes y preocupados. Miles de preguntas pasaron por su cabeza en cuestión de unos segundos ante su gesto confuso. ¿Sería capaz de revelarle a Charis lo que contenía el frasco? O peor... siquiera ofrecerle esa única, desesperada salida. ¿Ella accedería? ¿Qué pensaría si él tan siquiera lo sugiriese?... ¿Creería que le había fallado? ¿Qué era su culpa? ¿Qué él había aparecido en su vida solo para meterla de cabeza en ese mundo espantoso, y después provocar su final de un modo miserable?... ¿Creería ella, al igual que él algún tiempo atrás, qué nunca debieron conocerse?

Miró de vuelta al frasco... y por último de nuevo a Charis. A sus ojos cristalinos bajo pestañas rojizas... Ella parpadeó rápidamente, con gesto expectante.

¿Y qué pasaría con él? ¿Sería capaz de verla morir? Ver la fuerza escaparse de esos ojos que tantas veces habían restituido las suyas; el color abandonar sus labios y sus mejillas siempre rosadas, oír el último de sus alientos... Estar allí en sus últimos segundos, intentando convencerse de que había tomado la decisión correcta para ella, aún después de haber sido el causante de todo, mientras ella perdía la vida.

«No», sacudió la cabeza con fuerza mientras se lo repetía. «No. No, jamás»... No podría.

Pero tampoco dejaría su destino en manos de esas bestias. Y resuelto a hacer lo que fuera con tal de evitar ese resultado, se alejó de ella.

—Vigila la entrada —le indicó—. Si escuchas que alguien viene, házmelo saber.

Fue y volvió del baño trayendo una de sus prendas anteriores; una camiseta a la cual le arrancó una manga y que usó para envolver firmemente el frasco de vidrio. Si lo que planeaba no resultaba, le arrebataría a Charis su única oportunidad de ser libre del calvario que le esperaba luego de que lo matasen a él. Con eso en mente, puso el frasco envuelto en el jirón de tela en el suelo y pisó midiendo su fuerza hasta que lo escuchó crujir, y finalmente estallar con un sonido mitigado.

Quitó la tela ahora húmeda por el veneno cuidando de no tocarlo para revelar varios pedazos de vidrio de diferente forma y tamaño regados por el piso, perlados del mismo líquido, y rebuscó entre los mismos buscando entre ellos hasta dar con el que pensó que le serviría. Eligió uno curvo y lo bastante afilado; lo suficientemente fuerte para no romperse al emplearlo. Después reunió el resto de los cristales rotos y volvió con ellos al baño para arrojarlos al inodoro y tirar de la cadena. No debía dejar el menor indicio de lo que había hecho a la vista.

Entretanto, Charis se paseaba frenéticamente frente a la puerta, atenta a cada sonido; incluso al más lejano, sin quitarle a él la mirada de encima, y sin hacer preguntas, aunque su gesto era el de la más pura confusión.

Habiéndose desecho de la evidencia y escondido bien la manga arrancada de la prenda sucia, contempló el fragmento de cristal en su mano y rogó por haber elegido el adecuado. No le serviría como arma, pero sí para cortar algo frágil, y ya era un inicio; así que lo guardó en el puño doblado de una de sus mangas y le dio otra vuelta para asegurarlo. Después continuó su búsqueda por todo el lugar, revisando entre la chatarra abandonada a ver si conseguía formular una segunda parte para un plan que no podía sino improvisar sobre la marcha, en función de las muy reducidas posibilidades que tenía a la mano.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora