15. Cambio de planes

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Las viejas cortinas en las ventanas, las paredes pintadas de ese verde enfermizo, el olor a agentes de limpieza impregnando la habitación, la vía venosa que iba desde su brazo a un matraz de suero colgado junto a su cabeza, al lado de la cama...

Prefería mirar a cualquiera de ellos; a cualquier punto de esa habitación deprimente, con tal de no ver la expresión rota en el rostro de Sam; los rasgos exhaustos de llantos inagotables, los ojos perdidos, ya sin lágrimas, y las ojeras oscuras alrededor de los mismos, obra de interminables noches de insomnio velando a su lado.

Le había bastado solo un vistazo para saber lo que ocurría, y no deseaba mirar otra vez y de ese modo convencerse de ello. No mientras pudiera continuar creyendo otra cosa, aunque fuera por un corto tiempo más.

No obstante, no pudo escapar más a los hechos, cuando ella finalmente pronunció aquellas palabras a las que tanto temía, tras lo que parecieron ser horas, luego de comunicarle las terribles noticias.

—Lo siento tanto... —Su voz se quebró en la última palabra, y Sam contuvo un sollozo en lo profundo de su garganta, emitiendo en vez de ello un sonido adolorido.

Jesse asintió sin mirarla. Pensó que había sido capaz de mantener una expresión tranquila; pero al captar su propio reflejo en el panel metálico de las barandillas de su cama, pudo ver con claridad el inmenso dolor que se escondía tras su intento de mantenerse en una pieza; un dolor totalmente ajeno al de sus propias heridas; pero que era más excruciante que cualquiera de ellas. Deseó que Sam tuviese los ojos demasiado nublados de lágrimas para verlo también. De otro modo, se rompería. Y él se rompería con ella.

Jesse percibió que se movía al borde de su silla, lista para brindar un abrazo de consuelo; pero sin señal de su parte de que planeara aceptar ninguno, ella pareció renunciar y retrocedió a su lugar.

Necesitó de tiempo largo para procesarlo. Podrían haber sido horas, y no las hubiese notado transcurrir.

—¿Cuánto... ha pasado? —preguntó tranquilamente, una vez se hubo armado del valor necesario.

—Seis días.

—¿En dónde... están ahora?

Sam se humedeció los labios pálidos.

—... En la morgue. En este mismo hospital. El Hospital Saint John.

Jesse asintió. El pensar que estaban tan cerca lo estremeció; pues al mismo tiempo se encontraban tan lejos... A un recuerdo borroso de distancia; y toda una vida al frente de por medio.

Hubo de hacer la última pregunta.

—¿Qué va a... pasar con ellos?

Sam se hizo con otro pañuelo y se limpió la nariz. Su voz pasó a ser un hilo delgado y frágil.

—Aún... no he hecho los arreglos para el transporte. No sé por dónde empezar... Ni siquiera he podido decírselo a Monsieur. Y no sé... cómo se lo diré a mamá... —Su voz se rompió finalmente en un sollozo brusco—. Yo solo quería que estuvieses bien. No he dejado esta habitación.

Jesse pestañeó, intentando comprender las implicancias de esa revelación. Su mente todavía estaba fatigada y borrosa:

—¿O sea... que Monsieur no lo sabe? —miró a Sam por primera vez a los ojos. Esta pestañeó con culpa, como si hubiese dicho algo que no debía—. Sam... ¿cómo es posible?

La vio dudar otra vez, pero ella no podía esconder nada cuando era presionada. A diferencia de Ophelie, que era un mar de secretos que al final se llevaría a la tumba.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora