5. Cicatrices

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Sobre él veía el techo amarillento, salpicando de manchas de humedad dejadas por los años, y sentía bajo su cuerpo las molestas sacudidas de la vieja camilla. Por su visión periférica el paisaje cambiaba conforme avanzaban, pero evitó mirarlo por temor a marearse y que su conciencia volviese a deslizarse por entre sus dedos, luego de cuánto le costó asirse a la lucidez.

Y aunque no sucumbió a sus síntomas, conforme su mente se iba esclareciendo era más consciente del dolor que hacía pulsar todos los músculos de su brazo, y el cual empeoraba a cada segundo.

Lydia caminaba junto a la camilla sujetándole un apósito contra la herida por indicación de Daniel. Charis caminaba del otro lado, intentando seguirles el ritmo. Los tres le hicieron preguntas, pocas de las cuales respondió. Toda su concentración estaba puesta en disimular cualquier signo de dolor para no preocupar excesivamente a nadie.

—¿Te duele la cabeza? —preguntó Charis.

—¿Tienes mareos? ¿Náuseas? —preguntó Lydia.

Negó a ambas preguntas.

—Dan, puedo caminar, de verdad...

El aludido empujaba la camilla con demasiada prisa, y la mano de Lydia alrededor de su brazo lo lastimaba en su trote por intentar mantener el paso.

Daniel aminoró la velocidad de su marcha.

—Lo siento. Iré más lento.

—Perdóname, Jess —masculló Charis. Él llevó fugazmente los ojos a los suyos y vio que volvían a estar anegados de lágrimas—. Todo esto fue-...

—¡¿Qué demonios hacían allí tú y Victor?!

El rugido de Daniel provocó que Charis se detuviese en seco y se quedase atrás, contemplándole con los ojos muy abiertos. Este detuvo la camilla un poco más adelante, y en el momento en que Lydia frenó de golpe con él, transmitió al brazo de Jesse un tirón lo bastante doloroso como para obligarlo a emitir sonido por primera vez durante el trayecto, el cual suavizó la expresión dura de Daniel y arrancó de él la mirada agraviada de Charis.

—¡Maldición, Daniel!, ¿tendrías la cortesía de avisar la próxima vez? —lo amonestó Lydia—. Por si no te has dado cuenta, no es el lugar ni el momento.

Hubo una pausa tensa. Daniel selló los labios. Después asintió silencioso y continuó empujando la camilla.

Charis exhaló hondo y caminó otra vez con ellos, sin atreverse a mirarlo otra vez. Un intenso color se asentó sobre las mejillas de ella, pero Jesse no supo determinar si debido a la ira, la vergüenza... a los deseos de llorar.

El resto del camino hasta el área de emergencia transcurrió en absoluto silencio. Cuando pasaron por la sala de espera, Jesse pudo sentir el momento exacto en que todas las miradas aterrizaron sobre él. Rogó en su fuero interno porque nadie se acercase, pero los curiosos no tardaron en agolparse en torno a ellos haciendo preguntas, y él refugió el rostro contra el cuello de su chaqueta. Deseó hacerse humo, y así salir de la vista de todos...

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora