12. El Verdugo

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—Esperamos que se sienta cómoda, señorita. Yo soy Joyce; y estoy a su servicio. El grandote se llama Ronny y este es mi hermanito —le dijo el de los ojos bicolor, y pasó un brazo por encima de los hombros del muchacho más joven mientras les conducían por el oscuro pasillo—. Emile está en el negocio familiar; apuesto a que sabes cómo es... —Dio un codazo cómplice a Jesse, sin obtener ninguna reacción—. Les pido tener paciencia con él. Es algo tímido, pero aprenderá muy pronto.

Detrás de Charis, era Emile quien sujetaba sus muñecas, mientras que Ronny impelía a Jesse a avanzar con empujones cada vez que sus pasos se ralentizaban demasiado. Aquel caminaba de manera automática con la vista puesta en el suelo. Iba mortalmente silencioso...

Había despertado solo para hallarse atrapado igual que Charis en la cajuela del mismo automóvil en que había sido secuestrado la primera vez, y mientras que ella había intentado por todos los medios abrir la cajuela, valiéndose de patadas y buscando en la oscuridad algo con lo que forzar la cerradura, desde el momento de despertar Jesse había permanecido mudo.

Llegaron así a la cima de unas escaleras, hacia un subsuelo. Charis se detuvo sin querer dar otro paso. Abajo la oscuridad se tragaba el camino y el frío húmedo trepaba por los peldaños y las barandas de hierro, tiñendo los soportes de herrumbre rojizo y rancio.

—Camina, bombón; no hagas que tenga que cargarte —dijo Joyce a Charis, tan cerca de su oído que ella se encogió con un estremecimiento, y obedeció, empezando a descender.

Sacha y el hombre de sienes canas se habían separado casi en la entrada de la planta superior y se habían quedado allí mientras que ellos eran llevados al sótano, hablando de algo a los susurros.

Su camino terminó frente a una puerta gruesa con seguros por fuera, la cual aguardaba abierta para ellos. Charis fue empujada dentro y trastabilló a punto de caer. Detrás de ella, Jesse no tuvo que ser forzado a entrar, y se deslizó al interior dócilmente sin que tuvieran que indicárselo.

Tanto Emile como Ronny retrocedieron y se alejaron de la puerta, mientras que Joyce permaneció fijo en su sitio, apuntándolos con el arma.

—Sean buenos, y seremos buenos —les recomendó, y la puerta se cerró lentamente hasta que lo último que pudieron ver fue el cañón del arma amenazándolos y su sonrisa burlona del otro lado de la cual.

Aún escasa, por fortuna había luz dentro, proveniente de un solo bombillo en el techo, de bajo voltaje. Charis miró tensa a su alrededor; a los rincones oscuros, a las esquinas del techo repletas de telarañas, y al suelo terroso y sucio. El lugar olía a madera podrida y encierro, y el poco aire que transcurría se sentía húmedo y pesado.

Jesse se alejó sin decir una palabra y fue a sentarse sobre una pila de costales, en donde se dejó caer con un pesado respiro, sepultando el rostro entre su cabello y sus manos. Allí se quedó inmóvil, sin emitir sonido.

Charis lo contempló con pesar desde su sitio, sin atreverse aún a moverse de su lugar.

—Jess... —Intentó llamarlo, sin respuesta. No podía hacer nada y no era para menos. Su guardia personal; más que eso, casi un hermano para él, había sido asesinado frente a sus ojos. Y ella no podía evitar sentir que tenía parte de esa responsabilidad. Dio un paso en pos de él, y se detuvo tambaleante—. No se suponía que pasara esto... Perdóname...

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora