11. El video

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El jueves había pasado casi inadvertido, y ya era la madrugada del día viernes.

Por fuera de uno que otro sollozo mitigado de Sam o Jemima, el salón estaba inmerso en un silencio fúnebre. Habiéndose negado a pagar el rescate, Monsieur desapareció de la estancia, de regreso con su mujer, dejando atrás nada más que los estragos de su fría determinación.

—Tiene que haber otro modo... —murmuró Charis.

Samuelle sacudió el rostro bañado en lágrimas con una negativa:

—Todo lo que tengo es de Monsieur. Mis tarjetas, mi casa, mis autos... Todo está a su nombre. No puedo prescindir de nada. No tengo nada...

Charis llevó la vista a Roel. Este meneó la cabeza con gravedad:

—No podría jamás llegar a igualar esa suma.

—¡¿Y todos juntos?! —insistió ella—. Tengo... mi auto. Quizá con eso y mis ahorros... O podría pedir prestado a mi hermano. Si reunimos todo lo que tenemos, ¡podríamos-...! Quizá se podría-...

Pero a medida que lo razonaba, conforme se oía a sí misma en voz alta, poco a poco se convencía de que era sencillamente imposible. Se calló antes de tener que llegar a esa tortuosa conclusión. Prefirió dejar viva dentro de sí aunque fuera una pequeña esperanza. Estas se acababan, así como las alternativas; y necesitaba algo a lo que asirse para no derrumbarse.

Y no tuvo que terminar lo que estaba diciendo para encontrarse alrededor con ánimos abatidos y miradas fatalistas. No hubo palabras de apoyo, esperanzas, ni nada que reafirmase su afán en creer que todavía existía una manera.

—¿Entonces qué? —sollozó Charis al final de una larga pausa, sin hallar consuelo en ninguno de los rostros presentes—. ¿Nos sentamos a esperar que acabe el plazo y que Jesse sea asesinado?

Tras otro momento de silencio, Daniel se acercó e hizo un intento por rodear sus hombros. Ella se sacudió, sintiéndose frágil y que se desmoronaría ante cualquier tipo de tacto.

—No... No, dan.... ¡Déjame-...!

—Hablemos afuera —pidió él con suavidad. Charis cesó de luchar y sus ojos se suavizaron al escrutar los suyos, ante lo que halló en ellos.

Había estado tan abrumada por la situación que no se había parado ni un momento a considerar de qué manera estaba afectando todo aquello a Daniel. Y él se había mantenido tan inalterable hasta ese momento, que Charis casi le creyó indiferente; pero le bastó ver por primera vez con detenimiento la expresión luctuosa de su rostro, con las facciones pálidas y languidecidas, y la mirada hundida entre párpados oscuros y surcados de pliegues, para convencerse de que él estaba tan desolado como ella.

Consintió y se dejó llevar cuando él la impelió a salir afuera, al jardín frontal de la casa.

Se percató gracias al tono acero que matizaba el cielo que se avecinaba el amanecer. Habían permanecido despiertos toda la noche, y parecía que hubiesen sido solo minutos desde la fatídica llamada.

Charis inhaló profundo, pero le fue inútil, y continuó sintiéndose ahogada y atrapada, igual que dentro de la casa. Bajo la espesa bóveda de nubes que cubría el cielo esa madrugada se encapsulaba un ambiente denso y húmedo, el cual se cernía sobre la mansión De Larivière, volviendo el aire pesado y asfixiante.

Cruzó los brazos sobre su pecho y tembló de frío. Pero no quiso volver por su abrigo. No deseaba ver más expresiones mortecinas, y el viento helado le ayudó a despertar, pues adentro la falta de sueño y el cansancio amenazaban con derribarla.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora