5. Invitación

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Se hallaba recostada sobre una superficie dura, tan helada que el frío penetraba en su carne y se instalaba en su columna como agujas

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Se hallaba recostada sobre una superficie dura, tan helada que el frío penetraba en su carne y se instalaba en su columna como agujas. No podía ver sus alrededores, todo estaba sumido en penumbras, pero podía percibir sobre ella, muy cerca de su rostro, otra superficie tan frígida como aquella bajo sus espaldas.

Circulaba por el lugar un frío gélido y había un zumbido insistente. Aquello trajo a su memoria un horrible sentimiento de familiaridad; junto con una realización: había estado antes en ese sitio.

Y al reconocerlo, el terror la invadió por completo.

Intentó gritar por ayuda, pero la voz no abandonó su garganta, y en su lugar solo pudo emitir jadeos. La desesperación por salir la llevó a intentar golpear las paredes con sus manos, pero sus brazos estaban fríos e inmóviles.

De pronto, un resplandor venido de algún sitio a sus pies se abrió paso por el lugar, acompañado de un estremecimiento metálico. Vio su propio reflejo sobre ella, desnudo y pálido, observándola desde la superficie que tenía encima, pero su rostro era diferente y su cuerpo no era el de una mujer... sino el de una niña. Hizo un nuevo intento de gritar, pero otro sonido a su lado la dejó muda. El sonido de una respiración.

Giró la cabeza de golpe, y la luz desde sus pies perfiló las facciones de un rostro junto al suyo. Un rostro con ojos vacíos, mirándola fijamente.

Una serie de azotes sobre su puerta despertaron a Charis de un sobresalto.

Se irguió con dificultad en su cama, jadeando por aire. Gracias a la luz clara que ya se colaba por sus persianas, reconoció su habitación; el amarillo pálido que tenían las paredes y las colchas color durazno de su cama. Llevándose una mano al pecho exhaló pesadamente y comenzó a respirar hondo, aliviada de encontrarse de regreso allí.

¿Por qué empezaba a recordar esas cosas después de tanto tiempo?

Otro coro de azotes terminó de devolverla a la realidad. Aunque agradecía la oportuna intervención, por desgracia sabía bien a quien pertenecía esa forma de anunciarse, así como sabía que no se detendría ni se iría sin cumplir allí su cometido, por lo cual se levantó a las prisas, sin siquiera calzarse, y cruzó el apartamento directo hacia la puerta.

Por debajo de la puerta, la sombra de dos grandes pies balanceando el peso de una persona de gran tamaño corroboró sus sospechas.

Y apenas quitó el cerrojo, apremiada por los golpes, la persona del otro lado se metió dentro sin siquiera esperar invitación. Con él entró el potente olor a alcohol que desprendía siempre.

—Te tardaste, bella durmiente. Lindo pijama —balbuceó su hermano, revistiendo con un afán bromista su tono hostil demasiado evidente.

—Es día de semana, Mason. —El suyo no iba azucarado.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora