6. Blanche-Neige

107 16 80
                                    

Alto y esbelto; con un porte inhiesto y pálidos rasgos cincelados, casi simulaba ser otra más de las mayestáticas esculturas de mármol a cada lado de la entrada hacia el pasillo del vestíbulo. Pero entonces, la intensa mirada de la única estatua viviente reptó por todo el salón, deteniéndose brevemente en cada uno de los presentes, hasta quedar finalmente fija en el último de ellos: el joven De Larivière.

Jesse se petrificó, convertido en piedra en su lugar. Preocupada, Charis movió su mano hasta tocar la suya. Gélida como de costumbre; pero parecía sucumbir por primera vez al frío, pues temblaba perceptiblemente.

Ataviado de un sobrio traje negro y empuñando en la mano diestra un elegante bastón, como salido de una época diferente, Monsieur De Larivière penetró en el salón con andar vehemente y expresión hermética.

Samuelle lo encontró a medio camino a paso ágil y danzarín.

Ah...! Monsieur! —saludó cordialmente, sin poder disimular su nerviosismo—. J-... J'suis heureux d'vous voir!

J'espère que j'interromps rien —dijo aquel, con voz gruesa y grave, y aun así, increíblemente suave; como terciopelo. Charis encontró familiar su cariz susurrante.

Pas du tout! Pas du tout! —Y añadió Sam, esta vez en su perfecto inglés—. Llegas justo a tiempo.

Apenas pareció escucharla. En cambio, los severos ojos del señor De Larivière volaron de regreso en la dirección de Jesse; y como si hubiese podido sentir su mirada atravesarle, aquel viró rígidamente sobre los talones para corresponder a ella.

En cuanto tuvo el valor de alzar finalmente el rostro hacia su abuelo, lo hizo con un suspiro poco sutil:

—Buenas noches... Monsieur.

Charis se desconcertó. Si alguna vez en el pasado el tono empleado por Jesse le había parecido indiferente a la hora de tratarla a ella, era que hasta ese momento no había escuchado el que usó para dirigirse al hombre frente a él. Casi se sintió agradecida de no haber sido jamás merecedora de tal frialdad; de ese desdén despiadado...

Se observaron el uno al otro por unos segundos tensos. Pareció haber toda una conversación entre ellos, solo mediante miradas, respiraciones y parpadeos, hasta que Jesse volvió a bajar el rostro, amedrentado.

Después, los ávidos ojos de Monsieur se posaron en Roel:

—¿El viaje ha ido bien?

—De maravilla, Monsieur. Es un placer verte otra vez.

—Llegas a tiempo para conocer a nuestros gentiles huéspedes. Amigos de mi Jesse —dijo Sam a su padre—. Américains —añadió.

Charis se volvió de hielo como la mano que sujetaba en cuanto la gélida mirada gris del anciano los interceptó a ella y a Daniel, y al volver a hablar, Guillaume lo hizo con un inglés tan perfecto como el de Sam o el de Jesse; o incluso el suyo:

—Y... ¿tendré el placer?

—Sí, sí —jadeó Sam, nerviosa—. Monsieur, te presento a-...

—Me parece que has dicho que son amigos de Jesse —la cortó él—. ¿Ha perdido la voz mi nieto por alguna razón que desconozca?

Jesse se volvió en torno a sus amigos de manera automática; como una máquina impelida por una fuerza externa. Se aclaró la garganta; pero eso no ayudó a que su voz sonara más alta que susurros:

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora