2. La Feria

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La imagen de Daniel cargando en brazos el cuerpo del joven auxiliar de morgue como si fuera un muñequito roto permaneció grabada en su retina.

Charis lo acompañó durante todo el trayecto, abriendo puertas para él y apartando a la gente del camino mediante gritos y empujones. Y en cuanto Daniel depositó a Jesse en la camilla de la primera habitación que encontró disponible en el área de emergencias y Lydia le trajo una bandeja con diversos insumos, este no perdió tiempo en actuar. Ligó el delgado brazo de Jesse por encima del codo e introdujo una aguja en su vena, la que conectó a una manguera, y luego a una bolsa de suero que colgó en el pie junto a la cama.

Charis halló en el proceso una extraña habitualidad. Daniel actuaba de manera casi automática; no guiado por la experiencia de su cargo, sino más bien por una usanza casi refleja.

Una vez hubo terminado de instalar la vía venosa, todo quedó en silencio otra vez, dejando en el ambiente una tensión residual difícil de respirar.

—Tengo que volver a trabajar; hay muchos pacientes. ¿Necesitas algo más? —le dijo Lydia, y Daniel respondió con una negativa.

Charis se acercó solo cuando Lydia se hubo marchado. Para ese momento, Daniel estaba ocupado en fijar el catéter venoso al interior del brazo de Jesse con cinta porosa. Charis le oyó mascullar un suave: «Te lo advertí...».

Ella procuró no hacer ruido para no molestarlo; pero en cuanto puso los ojos sobre la zona en que Daniel trabajaba, se le escapó un boqueo. A la altura donde ahora tenía conectado el catéter venoso, la pálida piel del interior del brazo de Jesse estaba repleta de moretones, antiguos y recientes, como si hubiese sido piqueteado una y otra vez.

Daniel revisó la conexión y ajustó el regulador de flujo. Charis leyó la etiqueta en la bolsa: «Glucosalino 25%». Y acabada su tarea, en cuanto se dio la vuelta para mirarla, ella halló sus facciones tirantes y palidecidas.

—Gracias por avisarme —le dijo él.

Charis asintió suavemente, soltando un respiro.

—¿Qué fue lo que le ocurrió?

Daniel echó un último vistazo hacia el muchacho sobre la camilla antes de suspirar pesadamente y guiarla afuera con un brazo alrededor de los hombros.

—Hipoglicemia. Es solo una baja de azúcar. No te preocupes, se pondrá bien —resolvió—. ¿Ya almorzaste?

Charis lo consideró un momento, y mintió, diciéndole que sí con una cabeceada, sin querer darle más motivos para preocuparse.

—¿Podría pedirte que lo vigiles por un momento? Aún tengo dos pacientes antes de quedar libre. Para cuando se agote el suero habrá despertado. No hace falta que hagas nada, él ya sabe qué hacer.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora