11. Efectos Adversos

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A medida que el fajo de billetes engordaba en la gruesa palma Mason, mientras se los tendía uno a uno, su cartera adelgazaba lentamente en la suya.

Mantuvo los labios en una línea, conteniéndose de decir algo que la pusiera en aprietos. El hombre frente a ella despedía una vez más un intenso olor a whisky, tabaco y sudor, por lo que Charis tuvo todo el tiempo la nariz torcida en un respingo.

—¿Es suficiente?

Mason emitió una risa nasal y le acarició la cabeza como hiciera con una niña pequeña; aunque a su lado, Charis podía perfectamente serlo; no solo por la diferencia de estatura entre ambos, sino porque no tenía opción sino la de mostrarse sumisa como una, arriesgando el no ver más a sus sobrinos si se le ocurría decir algo.

—Te pagaré —le dijo, pero Charis sabía que era una mentira. Nunca volvió a ver el dinero que le dio la primera vez, ni la segunda, ni la tercera... Ni aún después de descubrir en qué se lo gastaba en realidad y lo había confrontó por ello. Mason ya parecía haberlo olvidado—. Pronto... Cuando encuentre trabajo nuevamente. Las niñas tienen que comer, ya sabes... Y el pequeño, claro. También el pequeño. Gasto en ellos, primordialmente.

Charis suspiró, esperando que fuera cierto.

—Seguro...

Con andar torpe, Mason se alejó de la puerta y echó a caminar por el pasillo al aire libre, sin despedirse más que con una seña de su mano.

Charis cerró la puerta tras él y apoyó la frente contra la madera, vaciando los pulmones en un pesado respiro. Estaba tan harta de todo ello.

Viró hacia la ventana. El cielo empezaba a esclarecer. Era domingo y no tenía que trabajar, pero estaba segura de que no podría seguir durmiendo aunque lo intentara.

Arrastró los pies hacia la cocina y puso la cafetera. En lo que esperaba, se sentó a la mesa en la oscuridad acerada del alba, y allí estuvo mucho tiempo con la cabeza entre las manos, pensando.

Las visitas de su hermano volvían a ser odiosamente habituales.

Charis había cometido el gravísimo error de darle una copia de las llaves del portón del edificio. La advertencia de la casera había sido clara, y su hermano aporreando las rejas del portal de madrugada, despertando a todos los demás inquilinos, igual que la semana anterior, era algo que no podía repetirse.

No deseaba acabar en la calle por culpa de Mason, pero por otro lado, ahora Daniel estaría en el edificio la mayor parte del día hasta que retornase a trabajar. Y Charis estaba segura de que si Daniel llegaba a involucrarse, cortaría por lo sano y llamaría a la policía.

Monochrome | TRILOGÍA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora