Capitulo 26.

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Me hice un ovillo en mi cama y me escondí bajo las mantas.

Los golpes se escuchaban cada vez más fuertes, y la puerta parecía no poder resistir más.

– ¡Abre la maldita puerta!

Sollocé y me encogí en la cama, queriendo desparecer.

¿Qué hice? ¿Ahora qué hice?

– ¡Abre la puta puerta, pequeña estúpida! –gritó mi papá. – ¡Sabes que no puedes esconderte por mucho tiempo!

Hoy era el gran día. Mi papá tenía una reunión con unos hombres muy importantes. Tenía qué presentar el estereotipo de la familia perfecta. Y, eventualmente, lo había arruinado.

De alguna manera, los hombres altos de dieron cuenta de mis heridas y moratones. ¿Cómo? No lo sé. Probablemente cuando mi papá me abofeteó al otro lado de la puerta. Habían preguntado qué ocurría, pero entré en pánico y no respondí. Mi papá intentó salvar el momento, pero no funcionó. Los hombres se habían dado cuenta de todo.

Se habían ido molestos y ni siquiera me ayudaron.

– ¡Pequeña mierda! ¡¿Esto es lo que querías, cierto?

Ahora mi papá me culpaba por todo. Y tengo miedo. Mucho miedo.

La puerta de abrió de golpe, rompiendo las bisagras y partiendo un pedazo de la misma. ¡No! La puerta era todo lo que me protegía.

Una enorme mano me tomó del brazo fuertemente y jaló de mí, doblando mi brazo en un ángulo doloroso. Chillé de dolor y mi papá soltó una carcajada.

–Ahora verás qué les pasa a las pequeñas que no hacen lo que se les pide.

–Por favor… -sollocé.

–No puedo creer que hiciste eso. –soltó una risa dura. – ¿Tienes idea de cuánto había estado esperando esa jodida reunión? Y ahora tú lo has arruinado todo, igual que siempre.

Apretó su agarre y sollocé. Dolía mucho. Mi brazo se sentía como si se estuviera quemando, ardía, y no podía hacer nada para evitarlo.

–Lo siento. Por favor, no me lastimes. –las lágrimas empezaron a caer libremente por mis mejillas. Eso sólo lo hizo sonreír.

–Ahora te disculpas, ¿eh? ¿Te disculpas por lo que ocasionaste? ¿Te disculpas por ser un estorbo? ¿Te disculpas por haber nacido?

Cerré los ojos fuertemente, deseando que, cuando los volviera a abrir, todo fuese distinto. Ya comenzaba a imaginarme algo bueno, pero un sonido muy conocido me sacó de mis pensamientos.

Mi papá de había quitado el cinturón.

–Veremos si con esto aprendes a responder cuando te pregunten algo.

Me soltó del brazo y aullé de dolor. Mi hombro punzaba, donde había estado en una posición dolorosa y para nada natural. Tomé mi brazo instintivamente y lo acerqué a mi pecho.

Cerré los ojos.

El primer golpe no lo sentí. No sé si fue porque ya estaba acostumbrada, o porque estaba demasiado concentrada en mi brazo, pero todo fue entumecimiento. Deseé que siempre fuera así.

El segundo y el tercer golpe fueron los peores. Al cabo de un rato, todo mi cuerpo dolía. Mis piernas se veían rojas por las marcas, y me daba miedo ver mi espalda.

Cómeme con chocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora