Capitulo 22.

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– ¿Estás hablando en serio? –pregunté.

Alex mantuvo una ceja arriba, mirándome fijamente. Pero se veía distinto.

 –Absolutamente.

Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos y el nudo en la garganta no me dejaba respirar.

–Alex, tenemos qué hablar…

–Ya te dije que no te conozco.

Parpadeé para alejar las lágrimas. Todo esto es mi culpa. Alex ya no quiero hablar conmigo por mi culpa.

Sabía que también se alejaría.

Miré fijamente mi regazo, esperando que él hablara, que me dijera que estaba bromeando, que todo estaría bien.

Nunca pasó.

Mis oídos empezaron a hacer un sonido extraño, mareándome. Me obligué a tragar el nudo en mi garganta, y sentí una lágrima deslizarse; no me molesté en limpiarla.

–Bien. –susurré. –Será como tú quieras.

Mordiéndome el labio para evitar que las otras lágrimas siguieran su camino, me di la vuelta en la silla, buscando otro lugar en la clase.

Todos estaban ocupados.

Las clases nunca, NUNCA se llenan. Y justo hoy tenían qué hacerlo.

“El destino nos odia”

Me enderecé en mi lugar, al lado de Alex, quien aún me miraba, pero sin la ceja arqueada.

El profesor entró, y empezó con las presentaciones, algo totalmente inútil, ya que todos nos conocemos.

Aún tenía lágrimas en los ojos, y los sollozos no tardaron, pero intenté hacer el menor ruido posible. Una lágrima se derramó, y luego otra. Dejé caer mi cabello hacia enfrente, creando una cortina con él, impidiendo que Alex me viera, porque lo seguía haciendo.

Solté un horrible sollozo que estremeció todo mi cuerpo, y una mano se posó en mi rodilla. Un escalofrío me recorrió y me quedé inmóvil.

Después de dos segundos, sacudí mi pierna, provocando que esa mano cayera.

Toda la clase estuve incómoda, Alex me miraba fijamente. Y hasta parecía una escena de Crepúsculo.

Las lágrimas se detuvieron en algún momento. Mentiría si dijera que me di cuenta de cuándo.  Pero los sollozos continuaron.

La clase era un desastre. Pláticas, gritos, risas, y el profesor parloteando como si alguien le pusiera atención. Estuve toda la hora encorvada en mi lugar, sin hablar, y sin moverme.

Cuando acabó, salté de mi asiento, empujando a todo el que se interpusiera en mi camino, ignorando las quejas y protestas de mis víctimas.

No tengo la suficiente fuerza mental para otra clase.

Soy así de débil.

Salí del edificio, dejándome caer en el mismo árbol de ayer.

Y llanto salió.

Levanté mis pernas, abrazando mis rodillas contra mi pecho, y enterré el rostro entre mis manos.

¿Cómo pude dejar que esto pasara?

Moví nerviosamente mis pulseras. Toqué una cicatriz. Sí, cicatriz. Ya no hay lugares para hacerlo. Mis muñecas están en carne viva, y mis muslos también. Y procuro hacerlo en lugares que no se noten. ¿Mi estómago? Eso es otra cosa. Nunca lo lastimaría. Lo amo.

Cómeme con chocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora