Rodé sobre mi cama y enterré mi rostro en la almohada. Aún olía como Alex. Inhalé profundamente y suspiré, dejando salir el aire de manera lenta, esperando que el aroma permaneciera ahí por siempre y me acompañara a todos lados, pero no podría llevar una almohada a cualquier parte, incluso para mí, eso sería muy extraño.
Me acurruqué en el lado de la cama de Alex e intenté evitar que mis ojos se abrieran. La alarma en mi teléfono sonaba en algún lugar de mi habitación, pero quería ignorarla, estaba demasiado cómoda. El lugar aún estaba cálido, lo que quería decir que no hacía mucho que se había ido.
Choco saltó sobre la cama y lamió mi rostro, provocando que abriera los ojos y lo alejara de intentar morder mi nariz.
Miré hacia la ventana dramáticamente y suspiré.
Septiembre estaba por terminar.
Y eso sólo significaba una cosa: menos meses de vida para mí.
"O tal vez más, con eso de que si sumas todos los de..."
Gruñí con frustración e intenté ignorar a la voz, cosa que no pude hacer, obviamente, era como intentar huir de mí misma, de mis pensamientos, y pues... Sí, creo que entendieron el punto.
Había tenido muy pocos ataques o crisis en la última semana, era consciente de que eso no era mucho, pero prefería tener pocos y saber cuándo ocurriría, a tener me tomaran desprevenida el día que muriera.
Se supone que debería ir al médico cada mes, pero odio los hospitales y, además, no me dirán nada que no sepa ya.
Mi teléfono volvió a sonar y Choco saltó de la cama, ladrándole al pequeño aparato que estaba sobre mi escritorio. Me entretuve un rato viéndolo. La verdad es que se veía adorable.
Creo que lo miré fijamente por demasiado tiempo, porque de pronto los ladridos cesaron y él gruñó en mi dirección. Fingí indignación y me llevé una mano al pecho.
–Yo te alimento, te baño y juego contigo. –él ladeó la cabeza de forma adorable. –Al menos déjame verte cuanto se me antoje.
Me senté lentamente en la cama y bostecé. Aún tenía sueño. La noche anterior me había quedado despierta observando a Alex dormir, pero al estar entre sus brazos, naturalmente había quedado total y completamente acabada.
Al menos mi brazo ya no era un estorbo tan grande.
Ya no tenía el horrible yeso, ahora sólo había una pequeña venda que podía poner por debajo de la ropa. Sólo no debía hacer movimientos bruscos.
Mis pies tocaron el piso helado y di un respingo. Mis pantuflas de Homero Simpson estaban al otro lado de la habitación. Suspiré y tomé un gancho para colgar la ropa que estaba en la esquina de la cama. Después tomé otro, y otro, hasta que tuve lista una tipo lanza, aunque ésta era flácida y tambaleante.
Me rendí después de cinco lanzamientos, en los que sólo conseguí alejarlas más.
Me levanté descalza y las tomé con enojo. Choco corrió entre mis pies haciéndome tropezar, tuve que poner las manos en el piso para que mi cara no lo tocase.
Algo debajo de mi escritorio me llamó la atención.
Llegué a gatas hasta mi escritorio y me senté al estilo indio. Era una camiseta de Alex.
Misteriosamente, la sudadera que yo tenía y que era suya, desapareció de mi armario y de mi casa, pero como lo tenía durante las noches, su aroma estaba en mi habitación.
Y ahora tenía una camiseta suya.
La olfateé rápidamente, y su aroma me embriagó al instante. La inspeccioné en busca de restos de labial, o alguna señal de que Shelly estuvo ahí y la tocó, pero no encontré nada.
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Cómeme con chocolate
Genç Kurgu¿Qué haces cuando la persona que más quieres te ha dejado sola?