Capítulo 10

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Habían pasado tan solo dos semanas desde que él le había confesado que estaba enamorado de otra y ahora se iba de casa.

Marizza lo había ignorado deliberadamente durante ese tiempo, pero se había sentido totalmente incapaz de hacer otra cosa.

Intentó hablar con él, pero fue inútil, y "mañana" llegó demasiado pronto. A la vez que se fueron los de la mudanza se fue Pablo. Y ella tenía el extraño presentimiento de que no iba a volver a verlo jamás.

Quería convencerse de que eso no era así, que Pablo se había mudado pero que seguiría visitando a su padre en la ciudad y para ello visitaría la casa.

Error.

Si Pablo lo que quería era ver a su padre, era mucho más fácil encontrarlo en su oficina que en casa y a Marizza, le quedó claro que ella sola no era un motivo para que Pablo volviera a pisar ese gran caserón.

Se sentía enferma.

Que le faltara Pablo en el ambiente era como si tuviera la peor de las enfermedades.

No hacía más que leer el libro que él le compró por su cumpleaños, aunque fuera solo por tener algo entre sus manos.

Poco después se le ocurrió entrar a la "vacía" habitación de él.

Solo quedaban los muebles y algo de ropa en el armario.

Pasaba largas horas tumbada en su cama. Las sábanas olían a él o eso quería imaginarse Marizza.

Nunca se dormía, se tiraba en esa cama a soñar despierta. Soñaba que su precipitado matrimonio era con él en lugar de con Mateo y que nunca le quedaba tiempo para sentirse sola y vacía. Soñaba que Pablo volvía y le decía que seguía enamorado de ella. Soñaba simplemente que todo era distinto… que ella y Pablo no se conocían. Y cualquier cosa la hacía sentirse mejor que ese enorme vacío que le provocaba saber que él se había ido, que se había marchado para no volver.

Tras muchas semanas en las que lo único que hizo fue tumbarse en esa cama o leer su libro, sin que Mateo se percatara de que algo le sucedía, tomó una importante decisión.

Le pediría el divorcio.

Tenía que salir de esa casa. Si Pablo se había ido para siempre, ella haría lo mismo. Irse para nunca volver y así, intentar olvidar. Porque tenía que ser capaz de olvidar.

Una inusual mañana en la que Mateo decidió hacerle compañía a su mujer para la hora de la comida, Marizza sacó los papeles y se los puso en la mesa antes de que empezaran a comer.

Mateo extrañado- ¿Qué es esto?- y agarró la carpeta que ella le pasaba

Marizza clavando su mirada en la mesa- Lo siento…

Mateo leyó sin inmutarse mucho más de lo que era necesario para saber que eran esos papeles. Después la miró…

-¿Hay alguna razón concreta?

-¿Una razón concreta?

-Aparte de lo evidente supongo… No he sido el marido ejemplar que debería, pero quiero saber si es ese el único motivo.

Se llevó las manos a la cara. Podía mentirle, podía decirle que el hecho de que apenas haya pasado tiempo en casa era razón más que necesaria para que ella se hubiera visto impulsada a lo que había hecho. Pero se delató a si misma.

Mateo intentando no alterarse- Hay otro, ¿no es así?

Marizza levantó la vista. No podía reconocer que le había sido infiel, porque en ese caso no tardaría en saber quien era la segunda persona que le había traicionado, y ella no podía hacerle eso a Pablo.

PEQUEÑAS HISTORIAS PABLIZZA/BENJAMILADonde viven las historias. Descúbrelo ahora