Capitulo 7

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Nunca se le hubiera pasado por la cabeza confesar sus sentimientos, nunca antes se había declarado a una mujer y pensó con firmeza que Marizza jamás cambiaría ese hecho.

Lo que sentía por ella era realmente fuerte y notaba que crecía más a cada momento que pasaban juntos, pero por nada del mundo se hubiera planteado nunca competir con su padre y menos por una mujer.

Sin embargo, una estúpida convicción lo hizo cambiar de idea. La estúpida convicción de que su padre no era el indicado, ¿acaso él si se consideraba el indicado?

Esa conclusión llegó a planteársela tras observar todos los fallos que cometía su padre con Marizza, fallos que Pablo identificaba, pero de los cuales su padre no se daba la más mínima cuenta.

Fue ver esos continuos fallos lo que hizo que Pablo se sintiera mejor no solo consigo mismo sino ante la relación de Marizza y su padre también.

Queriendo o sin querer, estaban compitiendo por ella, y aunque el hecho de que ella estuviera casada con su padre le había hecho sentir en un principio que él no podía aspirar a nada con ella, ya no lo veía así.

Luchar por ella ya no lo consideraba una batalla perdida de antemano.

Marizza tenía un encanto natural que Pablo se sentía incapaz de describir. Le encantaban sus caricias, sus besos, su olor… Pero nada de eso era lo mejor de ella. Podían hablar de cualquier cosa, compartían gustos musicales, se reían juntos… No obstante, no dudaba ni un segundo si tenía que decir que era lo que más le gustaba de Marizza, y eso era observarla.

Observarla tenía el encanto de lo prohibido. Él no debía mirar a esa mujer en presencia de su padre, no del modo en que sus ojos se posaban en ella al menos. Y cuando no estaba su padre, era ella la que le tenía prohibido someterla a un descarado escrutinio cuando a él le venía en gana.

Ella se sentía incómoda, no le gustaba que la miraran cocinar, no le gustaba que la observaran mientras leía, y se enfadaba horrores si se despertaba con los ojos de Pablo fijos en ella. Pero eso era solo una parte más del encanto de Marizza.

Pablo comprobó día tras día como su padre se sentía atraído por las mismas cosas que él. Estaba claro que a Mateo también le gustaba conversar con ella, lo pasaban bien juntos, y también le gustaba observarla, sin embargo él no era consciente de cuanto irritaba eso a Marizza, y ella nunca le decía nada.

Pablo no podía evitar sonreír por dentro cuando Marizza se veía obligada a cerrar su libro por la presencia de su padre o cuando echaba a Mateo de su propia habitación solo porque ella quería prepararse tranquila para salir…

Él no cometía esos errores, no a estas alturas. Había aprendido a observarla en silencio, a respetar su espacio…

Un espacio que Mateo creía que le pertenecía.
La prueba definitiva de lo poco que conocía su padre a Marizza se le plantó una mañana mientras desayunaba delante de sus ojos.

Pablo alzando la vista hacia su padre- ¿Qué es esto?

Mateo había dejado una caja de terciopelo negro encima del periódico que él estaba leyendo.

-Ábrelo.

Pablo muy extrañado- ¿Esto es un regalo?

-Si… Para Marizza- dijo alejándose a por un vaso- Esta un poco enfadada porque he vuelto a ausentarme por trabajo.

A Pablo saber que eso era un regalo para Marizza le llevó a empujar la caja y alejarla de si mismo.

Pablo volviendo a mirar el periódico- Seguro que le gusta.

PEQUEÑAS HISTORIAS PABLIZZA/BENJAMILADonde viven las historias. Descúbrelo ahora