capítulo veintidós

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_ Yo siento todo lo que te ha ocurrido, ¿has logrado averiguar algo sobre esos seres?
Antes de que me pudiese contestar escuchamos la puerta de mi compañera de piso abrirse, Ana salía de su habitación con un pijama corto y se dirigía a la cocina.
_ Qué bien café, necesito mucho café, ¿puedo?
_ Claro, ¿te pasa algo?
Me miró a mí y luego a mi amigo, después de pensárselo unos minutos habló.
_ Alex  me ha llamado hace un rato, hemos quedado en el parque, quiere hablar conmigo, lo conozco lo bastante para saber que eso no es nada bueno.
_ No sé qué decirte, yo no lo conozco mucho pero os he visto muchas veces juntos y lo que he visto en él era un chico enamorado de su novia, tal vez solo quiera darte una bonita sorpresa.
_ Veamos lo que tiene que decirme, me voy, no quiero llegar tarde y aún tengo que arreglarme.
La vi alejarse a toda prisa hacia su habitación, miré de nuevo mi móvil,  Adam seguía sin contestar a mi mensaje, le mandé uno nuevo.
¿Sigues enfadado conmigo?, si quieres podemos quedar hoy, yo lo estoy deseando, dime algo por favor -Beel
_ ¿A quién le escribes?, ¿tienes algún novio secreto del que no me has hablado?, ¡espera!, ¿no será ese amigo tuyo del bar? No tengo muchos recuerdos de esa noche, ni siquiera sé cómo llegué hasta tu trabajo pero de lo que sí me acuerdo fue del golpe que me dio cuando me acerqué a ti.
_ Dirás más bien cuando intentaste besarme.
_ ¿Yo te besé?, lo siento.
_ No, lo intentaste, más bien era tu amiguita la que quería hacerlo, cuando Adam nos vio te pegó un puñetazo y te tiró al suelo, me enfadé con él cuando te golpeó. Tú no tenías la culpa, tu intrusa había tomado el control de tu cuerpo, claro que Adam tampoco sabía esa parte de tu vida.
_ ¿Es tu novio o algo así?
_ No, en estos momentos no sé ni que somos, pero sabe lo que me ocurre.
_ ¿Le has contado lo de tu ente?
_ Si
_ ¿Y seguís siendo amigos, no te ha tomado por una loca?
_ Creo que aún estoy esperando que  me eche de su vida.
Su rostro cambió y en su mirada se vio cierta tristeza.
_ Por lo menos tu amigo no te tomó por un loco que se había reído de  él y luego se suicidó.
Sabía que estaba pensando en David.
_ Tú no eres el culpable de esa muerte, ella te ha manipulado, los dos han estado jugando con nosotros.
_ ¿Sabes?, hay algo que no te dije, cuando David se cayó del tejado ella también quería que yo me tirase.
Mi rostro se convirtió en una mueca de horror y me llevé la mano a mi boca entreabierta.
_ ¡Prométeme que jamás harás una cosa así!, que lucharás con todas tus fuerzas para que ella no se salga con la suya y que me llamarás si algo así ocurre, ¡prométemelo!
A mi mente me vino una imagen de mí misma en los acantilados.
_ A cambio yo prometo hacer lo mismo, si alguna vez mi intruso intenta convencerme para que me suicide o algo por el estilo te llamaré para que intentes disuadirme.
_ Trato hecho.
Nos dimos las manos y luego nos abrazamos con una sonrisa en nuestros labios, estuvimos así un buen rato, luego me aparte y lo miré fijamente a los ojos, aunque nuestros seres demoniacos que vivían dentro de nosotros no se habían manifestado estaba segura de que habían escuchado toda nuestra conversación.
_ No voy a dejar que vuelva a manipularte de esa manera, ahora yo estoy a tu lado y juntos seremos más fuertes que ellos, encontraremos la forma de deshacernos de nuestros demonios sin poner en peligro nuestras vidas, tiene que haber alguna, estoy segura.
Después de desayunar nos pasamos la tarde del domingo buscando más información sobre nuestros intrusos. Adam no me había llamado ni había contestado a mis mensajes, decidí que ya no iba a molestarle con más mensajes, ahora le tocaba a él dar el siguiente paso. Le enseñé a Eduardo el libro de Amelia Louzagar, la única información que tenía sobre los entes era ese libro y algunas anotaciones que guardaba en una caja después de navegar durante semanas por la red. Mi amigo también había hecho sus investigaciones pero él al contrario que yo se centraba en buscar a personas que estuviesen en nuestra misma situación. A parte de mí no había descubierto por ahora a nadie más, y conmigo había tenido suerte ya que no había sido muy difícil al ir los dos a la misma facultad. De todas maneras la información que habíamos obtenido entre los dos no era mucho y estábamos igual que al principio, necesitábamos encontrar a más personas porque puede que alguna nos facilitase más información, buscar en internet ya no era una opción, lo habíamos buscado todo. Otra manera de conseguir descubrir algo sobre nuestros intrusos era que un rastreador nos hablase de ellos, seguramente tendrían las respuestas a muchas de nuestras preguntas pero eso era algo muy difícil de conseguir, si supiesen de  nosotros acabarían por arrancarnos la vida para destruir a esos seres que se habían adueñado de nuestros cuerpos, ese era el cometido de un rastreador. Creo que en ese mismo instante a los dos se nos encendió una bombilla en nuestra cabeza porque nos miramos a los ojos y descubrimos que estábamos pensando en la misma persona, Declan.
_ ¿Has vuelto a verlo?
_ ¿A quién?
_ ¿De verdad?, ya sabes de quién hablo.
_ No, no he sabido nada de él desde el día que me lo encontré en la facultad.
_ Eso es bueno, significa que no te está persiguiendo ni intentando matarte, puede que aún tengamos una posibilidad de descubrir más sobre estos amiguitos poco recomendables que tenemos que soportar. Podías intentar convencerlo para que te cuente algo más sobre ellos, tal vez sepa como matarlos sin tener que acabar con nuestra propia vida.
---- ¿Es que te has vuelto loco?, ¡no lo escuches Beel!
Mi ente había hecho su aparición y ahora estaba cabreado y rugía esas palabras dentro de  mi cabeza.
_ No creo que tenga esa respuesta, cuando lo vi la primera vez escapaba de un centro psiquiátrico, él había ido allí a matar a la escritora de éste libro.
_ ¡Mierda!, ¿entonces qué hacemos?
_ Seguir buscando por otro lado.
Eduardo y yo pasamos la semana casi sin despegarnos el uno del otro, asistíamos a clases juntos, comíamos juntos, estudiábamos juntos y a veces se quedaba a dormir en mi cama cuando cansados de seguir buscando información sobre nuestros intrusos acabábamos agotados. No fue fácil para mí ver esos ojos que no eran los suyos en su mirada, aunque me imaginaba que a él le pasaría lo mismo, solo que en Eduardo esa mirada se mostraba cada vez más a menudo a diferencia de la mía, a veces sentía como que no era él con la persona que yo estaba hablando y no estaba cómoda a su lado, no sabía hasta que punto ese ente lo tenía dominado, no tenía duda de que un día  tendríamos que hablar sobre ese tema, era una de mis asignaturas pendientes aunque hablar de nuestros intrusos nos hiciese parecer unos bichos raros. El jueves mi amigo no fue a la universidad pero me estaba esperando delante de su coche a la salida de la facultad cuando terminaron las clases, su semblante estaba serio y eso me preocupaba
_ ¿Ha ocurrido algo Eduardo?
Me miró unos segundos antes de hablar.
_ Me gustaría que me acompañases a ver a mi madre.
Lo miré un poco dubitativa, no sabía que significado tenía aquello pero le dije que sí.
Ir a la residencia donde se encontraba su madre nos llevaba una hora y media de viaje y otra de vuelta pero no me importaba, su semblante había cambiado mostrando de nuevo esa sonrisa que tanto me gustaba en su cara cuando acepté acompañarlo.
_ ¿Cómo está tu madre?
_ No ha mostrado mejoría ninguna y creo que nunca lo hará, yo ya lo he aceptado pero para mí no es fácil verla postrada en aquella silla de ruedas y sin saber  a veces quién soy yo, antes del accidente era una mujer vital, llena de vida.
_ Lo siento.
_ No importa, me he acostumbrado a verla así, suelo hacerle una visita una vez a la semana, ella es mi única familia.
_ Me hablaste de una tía que tenías fuera del país, ¿ qué pasa con ella?
_  Cuando mi padre murió y luego mi abuelo la llamé para contárselo pero no ha venido a ninguno de los entierros, sabe lo de mi madre pero jamás se ha presentado aquí o ha llamado para preguntarme por ella ni como estaba yo, a ella ya no le interesamos, solamente estamos mi madre y yo.
_ Eh, no te olvides de mí, yo siempre estaré contigo, no te vas a deshacer tan fácilmente de mí.
 Le sonreí y él me la devolvió, aunque la suya era casi forzada, su mirada seguía triste.
Cuando llegamos me sorprendió ver un edificio de dos plantas de color azul con ventanas blancas  y rodeado de un jardín con variedad de flores multicolores detrás de un portal alto también azul y con barrotes blancos, el muro gris que lo rodeaba era alto y ocultaba buena parte del interior de aquel lugar, me imaginaba un edificio gris o blanco y sin muchos adornos o decoración. Cuando aparcamos el coche me cogió de la mano y subimos las escaleras en dirección a la entrada, una vez que nos identificamos nos sentamos en unos sofás que había en el recibidor esperando a que alguien nos llamase.  Eduardo se encontraba tranquilo mientras que yo estaba hecha un manojo de nervios, aun no entendía porque me había traído aquí con él.
_ Yo puedo esperar aquí mientras tú hablas con tu madre.
_ Me gustaría que la conocieses.
_ ¿Por qué Eduardo?
Antes de que me respondiese una mujer alta y delgada pronunció el nombre de mi amigo, tal  vez una enfermera porque vestía como una, tenía pantalones blancos y camisa blanca con una placa identificativa cerca de su pecho izquierdo. Caminamos detrás de aquella mujer por un pasillo blanco y limpio, por el olor que desprendía con cada paso que dábamos, subimos las escaleras que daban a un segundo piso y nos llevó hasta una habitación bastante amplia con mesas, sillas, algún que otro sillón y una alfombra que cubría buena parte de ese lugar.  Había varias personas en ese salón pero me llamó la atención la mujer que se encontraba en una esquina, cerca de la ventana, tenía el mismo color de pelo que Eduardo, de complexión delgada y sentada en una silla de ruedas, en sus manos tenía un libro aunque estaba cerrado, sus ojos se desviaron hacia nosotros. Mi amigo se acercó a ella, le sonrió y luego cogió una de las sillas que estaban a su lado para sentarse y quedar a su altura.
_ Hola mamá, ¿ cómo estás?
Levantó la mano y le enseñó la novela.
_ Tengo un libro, me lo prestó una de las enfermeras, me cae bien, es mi amiga.
_ Me alegro mamá, vamos a ver qué estás leyendo, el latido de la tierra de Luz Gabás, esa aún no la he leído, me han gustado mucho sus anteriores obras,  como fuego en el hielo  y  palmeras en la nieve. ¿Y qué te parece la historia?
_ Hoy he comido pescado, no me gusta mucho el pescado.
_ El pescado es bueno, antes te gustaba, ¿recuerdas?
_ Eres muy guapo, tu novia también es bonita.
_ No es mi novia mamá, es una amiga y yo quería que te conociese.
_ ¿Os vais a casar?
_ Mamá ya te lo he dicho ella no es mi novia y no nos vamos a casar, solo es una amiga.
Miré a Eduardo, en su rostro se había borrado la sonrisa con la que entró en esa habitación y ahora lo cubría una gran tristeza, sus ojos estaban húmedos y a punto de derramar unas lágrimas. Seguí observando, su madre era incapaz de mantener una conversación coherente con su hijo aunque Eduardo insistía para que las respuestas de su madre fuesen las más acertadas posibles. Ver por lo que estaba pasando mi amigo hacia que viese mi vida menos deprimente de lo que era, ambos habíamos perdido a nuestros padres pero aunque con mi madre tenía poca relación sabía que podía contar con ella en el caso de que lo necesitase, Eduardo no tenía a nadie, su madre estaba ahí sí, pero sin estar, no estaba muy segura de que supiese que él era su hijo. Después de pasear por los alrededores del edificio, de leerle un poco y de intentar que mantuviese una conversación racional nos despedimos de ella, Eduardo le dio un beso en la frente y prometió regresar la semana siguiente. Recorrimos una parte del trayecto de vuelta a casa en silencio, solo roto por el sonido bajo de la música de la radio del coche.
_ Me gustaría ayudarte a superar esa pena, no necesitas mostrarme esa sonrisa falsa cuando me miras, sé que lo estás pasando mal.
_ No te estoy mostrando ninguna sonrisa falsa, estoy bien.
_ Mientes, soy tu amiga, no necesitas mentirme.
_ No miento y deja ya de sentir pena por mí.
_ Solo quiero ayudarte.
_ ¡Basta!, déjalo ya, no te he traído conmigo para que me sermonees.
_ Entonces, ¿para qué me has traído Eduardo?
Se quedó callado durante unos minutos con el rostro enojado y sus manos apretando fuertemente el volante mientras yo lo observaba esperando una respuesta.
_ Para el coche Eduardo.
_ ¿Qué?
_ Qué pares el coche, ¡para ya!

EL ENTE QUE VIVE EN MÍ  ( Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora