01 | La primera grieta

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Estaba lloviendo cuando Hanniel Grayson y Alec Hovind salieron de los grandes almacenes donde habían hecho la compra de café y snacks para la semana. Apenas cargaban dos bolsas, así que no se detuvieron hasta alcanzar el Ford gris de Hanniel, bajo un árbol, en el amplio estacionamiento de los almacenes.

Era miércoles a las ocho de la noche: Alec y él se habían despedido del grupo después de ir a la iglesia para desviarse hasta el estacionamiento y marcharse lo más rápido posible a Walmart a comprar la crema para café que Alec necesitaba.

—¿Vas a presentarte a las nominaciones el siguiente semestre? —le había preguntado Hanniel al subirse al auto.

Alec, que se dejó caer de copiloto, encogió un hombro.

—Supongo que sí.

Los dos pertenecían al mismo club universitario, donde organizaban salidas, eventos deportivos y grupos de estudio con el propósito de crear unidad. Era lo que había caracterizado al grupo durante catorce años.

En su segundo año, Alec fue elegido secretario y cumplió con su papel pese al nerviosismo que le suponía hablar en público. Llevaba siempre una tarjeta consigo donde escribía todo lo que diría, llevaba un registro de los eventos, de las fechas y horas, y era el que respondía todo tipo de preguntas.

También estaba en contacto directo con el presidente y el vicepresidente de su club, y había asistido a las reuniones de los líderes. Era otra actividad más en su calendario. En su tercer año, sin embargo, fue nominado a vicepresidente, y había cumplido fielmente con su papel.

Ayudó a montar la caseta donde regalarían dulces y panfletos para los estudiantes de nuevo ingreso, formó parte del equipo de hockey sobre hielo y de baloncesto, participaba en todas las salidas y se encargaba de comunicarle al resto del equipo las tareas que el presidente les había asignado.

—Ser presidente sería demasiado —le dijo a Hanniel de camino al campus; con una mano, se apartó el cabello rubio de la cara. Se le había pegado por culpa de la lluvia—. Odio hablar en público.

—No lo parece.

Alec casi sonrió.

Sabía que Hanniel lo decía porque, en el comedor, a la hora de la cena, siempre llevaba una pequeña hoja de papel preparada para leerles un devocional a sus amigos, basado en su lectura diaria de la Biblia.

Habían iniciado esa costumbre con el propósito de cenar todos juntos y esperarse unos a otros, y escuchar la Palabra todos los días. Como fue idea de Alec, le asignaron la tarea de compartir, y Alec no había tenido problema en cumplir.

Era el que menos encajaba en su grupo de amigos: Matt Talbot, un rubio que pretendía meterse al ejército en cuanto se graduase de la universidad, era tan sociable que cada noche traía a un nuevo amigo a la mesa donde solían sentarse, aunque eso no siempre fuese aprobado por Hanniel, el más aferrado a la idea de no abrir el grupo a los desconocidos.

Benjamin Payne, por otro lado, era el chico que siempre cargaba su Biblia a todas partes, hablaba de Dios en cada oportunidad que tenía y les pedía su opinión antes de compartir su devocional en el club. También era el capillista de la universidad y Alec lo admiraba porque él jamás sería capaz de hablar frente a seis mil estudiantes durante ocho minutos exactos cada miércoles por la mañana.

Los miércoles por la noche y los domingos asistían a la iglesia del campus por obligación. Gracias a Matt y a Benjamin, Alec se había hecho amigo también de dos de los ujieres: Hanniel Grayson y Jackson Allen. Aunque Jackson era una de las personas más pretenciosas que conocía, porque era el ujier más guapo y lo sabía, también era uno de los más amables.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora