03 | Sin dirección

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Alec tomó aire y lo dejó escapar con algo de dramatismo.

Estaba seguro de que, aunque Jin Hyun no había dejado de teclear, lo había mirado de reojo, alerta, para luego regresar la vista al documento en su laptop. Había entendido perfectamente lo que su hermana había dicho.

—Ivan...

—No te atrevas —lo cortó Ivan al otro lado del teléfono; por fin retiró la sudadera de su cara, revelando sus mejillas surcadas de lágrimas, y se sorbió la nariz—. Me gusta el maquillaje y eso no tiene nada de malo.

—Eres hombre —soltó Gillian.

Ivan chasqueó la lengua.

—Ya me lo has dicho muchas veces —rebatió—. No es justo, haces que me avergüence de ser cómo soy.

—Tú nunca has sido así —contestó Gillian.

—¡Siempre he sido así —estalló Ivan—, pero ni en mi propia casa puedo ser yo mismo! ¡Por eso no me véis cómo en realidad soy! ¡Y en cuanto cumpla dieciocho, me iré y haré lo que quiera con mi vida!

—Ivan, cálmate.

Alec había intervenido, aunque no tuviese ni idea de qué decir. Suspiró. Había visto que su hermano tenía algunas uñas pintadas, además de que usaba todas las pulseras de cuerda, cuero y colores que siempre le habían gustado, y se dijo que no significaba nada. No podía significar nada.

Así que le pidió a Gillian que tuviera más paciencia con Ivan.

—Tengo demasiada —se quejó Gillian, que miraba fijamente la pantalla; por culpa de la baja resolución, Alec no se percató de que sus pupilas temblaban—. No me gusta ver así a Ivan, ya lo sabes. Está muy estresado, y frustrado, y lo entiendo. Pero no puedo comprender por qué tiene paletas de maquillaje ni por qué se maquilla, y en segundo lugar, pudo haberle mentido a mamá y decirle que era un regalo para alguna amiga, pero...

—Pero me he cansado —la cortó Ivan— porque estoy harto de tener que esconder lo que me gusta.

—Y yo estoy harta de que te metas en problemas y luego tener que sacarte —contrarió Gillian, enojada—. Quiero ayudarte pero no sé cómo.

—Gillian, ¿puedo hablar a solas con Ivan? —le pidió Alec, llamando su atención.

Aunque Gillian tardó un minuto en reaccionar, asintió y al final se levantó, saliendo de su propio dormitorio. Ella no solía mostrar sus emociones mientras que tanto Alec como Ivan eran extremadamente sensibles, así que al rubio no le extrañaba que la situación la exasperase.

Por fin a solas con su hermano, Alex se echó atrás en la silla de escritorio y largó un profundo suspiro.

Ivan presionaba el cuello de su sudadera contra sus ojos, avergonzado hasta morir, y su hermano no sabía qué decirle.

—Ivan...

—Quiero irme de esta casa —masculló el castaño, y Alec rindió los hombros.

De repente, se sintió tan lejos de él, tan distanciado. No podía abrazarlo, ni llevárselo, ni escaparse con él. Siempre habían sido unidos, los mejores amigos, pero empezaba a entender que había demasiados sentimientos que su hermano no le había confesado.

—Ya lo sé —replicó Alec, resignado—. Solo aguanta un par de meses. Si te falta dinero para irte, yo te lo presto. Te daré lo que sobre de mis ahorros.

Ivan se había calmado. Se limpió las mejillas con el dorso de la mano, tragó fuerte y cruzó los brazos sobre el pecho. En el fondo se sentía terriblemente solo.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora