16 | Tristeza crónica

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Alec salió de su primera clase del miércoles a las nueve.

Contaba con quince minutos exactos para atravesar el campus en dirección al edificio administrativo, donde su club se reuniría durante media hora para debatir los aspectos que trabajarían ese semestre.

Había sido nominado a vicepresidente el semestre anterior porque olvidó eliminarse de la lista y no se dio cuenta de que era el elegido hasta la primera semana de clases, cuando recibió un correo recordándole que tendrían reunión el miércoles por la mañana.

La mochila en su hombro pesaba.

Había hablado un par de veces con su hermano esa semana, pero de pronto lo sentía más en guardia y resentido que nunca. Soltaba comentarios pasivo-agresivos hacia él e incluso había llegado a insultarlo cuando Alec nunca había oído ese tipo de vocabulario en su familia.

No tomó el ascensor porque se llenaría de estudiantes, sino que agarró la escalera trasera, por la que solo subían hombres.

En la 214, esperaba su grupo. Distinguió a Darren en la puerta, el presidente, asegurándose de que todos los que entraban recibieran un papelito que rellenarían con sus nombres y carrera principal antes de que la reunión comenzara.

—¡Alec! ¿Cómo estás?

Le palmeó la espalda y Alec creyó que se le saldría un pulmón de la ansiedad. Se le había olvidado lo nervioso que se ponía en público sin sus amigos.

—Necesito hablar contigo.

Darren lo miró sobre las cejas.

Era un chico guapo, de los que iban al gimnasio en su tiempo libre, que lucharía con todas sus fuerzas para llevar al club a ganar dos o tres premios por unión, trabajo en equipo o más juegos ganados a lo largo del semestre.

El semestre anterior, Alec había trabajado con Aidyn, que no era ni la mitad de exigente que Darren. Por eso, tras mucho contemplarlo, se dijo que no podría seguir el ritmo que este nuevo presidente llevaba.

—¿Qué pasa?

—No podré ser vicepresidente —murmuró, y antes de que el otro arrugara más la frente, se apresuró a añadir—: Sé que no es el mejor momento para avisarte, pero no me había dado cuenta de que salí elegido. Vi todos los correos de actividades y... quizá debería esperar a sentirme mejor. Ahora mismo no estoy mentalmente bien.

Darren pareció pensarlo antes de elaborar una respuesta. Había hundido las manos en los bolsillos de su pantalón, remetida la camisa azul en la cintura del mismo.

Analizó el rostro de Alec, su mejilla herida por el acné rojizo y violeta, sus cansados ojos azules tras los cristales de las gafas y el cabello rubio revuelto. Y sin parpadear, se enderezó, todavía apoyado contra la pared, junto a la puerta del aula.

—Acabas de terminar una relación, ¿verdad?

Alec asintió sin ganas.

—Eso y otros asuntos familiares.

—Oye, Alec, no sé cómo decir esto, pero... —Por fin sacó las manos de los bolsillos y, cruzándose de brazos, frunció el ceño antes de alzar la vista y clavarla en los ojos del chico—. Te conozco desde que estás en el club y sé que tienes problemas porque todos los tenemos, pero no te veo mejorar. Y no me malentiendas: todos estamos pasando por algo. Lo que intento decir es que, tal vez, no es algo espiritual sino mental.

Alec hundió las mejillas al apretar los dientes.

Darren había estado en muchas de las actividades del club en las que él había participado. Incluso fueron a su casa en una ocasión para celebrar Navidad y jugaron baloncesto, comieron smores al fuego y se pelearon entre el heno del establo trasero, donde estaban los caballos del muchacho. Aunque no hablaban mucho, no podía negar que se conocían, y Darren había contado con él para dar anuncios, tomar apuntes y mantener organizado al club.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora