35 | Duelo

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El sonido de FaceTime resonaba en la habitación.

Era jueves y Alec había realizado su último examen aquella mañana, pero esperó a estar libre, alrededor de la una de la tarde, para llamar a Erin. Le había escrito antes de llamarla, aunque Erin no había visto los mensajes, y aunque al principio estaba emocionado, empezó a perder la esperanza cuando vio que el sonido se alargaba demasiado.

Tal vez no quería hablar con él. Tal vez seguía molesta. O tal vez él la estaba atosigando demasiado. ¿Tan insistente era? ¿O aburrido? ¿O tedioso? Ni siquiera podía culparla. Habían estado hablando todo el día: ¿y si se estaba aferrando demasiado? ¿O si empezaba a depender emocionalmente de ella, como le pasaba a Hanniel?

—¡Alec!

Todos los pensamientos de Alec se disiparon de golpe cuando la vio, asomando los preciosos ojos negros sobre el borde del hijab envuelto alrededor de la cabeza. Estaba comiendo chocolate negro, por lo que se había quitado la parte del velo que tapaba su nariz y boca, y por primera vez, al muchacho se le evaporó el aliento de los pulmones cuando vio sus pequeños labios, con una forma parecida a un corazón, de un tono más claro que su piel oliva.

Entre sus manos sudorosas, Alec sostenía su nueva guitarra con fuerza. Pensaba decirle que era preciosa, pero se le quedaron atascadas las palabras en la garganta. Si lo mencionaba, quizás ella se sentiría incómoda. Pero si no decía nada, pensaría que no lo había notado. Separó los labios, dispuesto a intentarlo, cuando Erin se le adelantó:

—¿Tuviste un buen cumpleaños?

Alec, congelado en su sitio, reaccionó al oír su voz.

—Sí, me... —Acarició el mástil y, cuando miró a Erin, quiso llorar otra vez—. Estoy escribiendo una nueva canción. Son las cuerdas perfectas.

Estaba enamorado del sonido y de la suavidad de las cuerdas en sus dedos, pero si seguía hablando, se rompería. Porque no creía merecérsela. No merecía que ella hubiese buscado a Jin Hyun en redes sociales hasta comunicarse con él, haberle enviado dinero y elegido juntos el regalo para Alec.

Ya tenía una guitarra con la que había pasado cuatro años de su vida y se había gastado demasiado rápido porque la tocaba casi todos los días.

Y Erin notó que le brillaban los ojos celestes por culpa de las lágrimas. Percibió la tensión de sus músculos al sujetar el instrumento en sus pálidas manos, en sus labios sonrojados y en su vago intento de sonreír.

—Gracias —añadió él entonces, en un susurro—. Ha sido el primer cumpleaños en el que no lloro y...

Se calló.

Erin no tenía ni idea de cuánto significaba. Necesitaría más palabras de las existentes para describir lo feliz que se había sentido al poder atravesar un veintisiete de marzo sin llorar, sin derrumbarse, sin sufrir una crisis de identidad, distraído por su mejor amigo y con el mejor regalo de todos.

Pero al deslizar los dedos sobre las cuerdas para arrancar un do, decidió armarse de valor y sacar el tema que lo llevaba atormentando desde el domingo.

A pesar de que sintió las mejillas arderle como ascuas encendidas, y los latidos del corazón salir despedidos a mil por hora, levantó la cabeza del instrumento para mirarla.

—Oye, el... otro día... —consiguió empezar, aunque bajó de nuevo la vista—. Quería hablar contigo desde hace tiempo, pero no sé muy bien cómo decirlo. No sé si sea el mejor momento. Pero el domingo oí que... Bueno, tú dijiste...

Accidentalmente, su mirada se desvió a la notificación que acababa de llegarle: Ivan le estaba llamando. Y miró a Erin.

—Mi hermano me está llamando —musitó—. ¿Puedo llamarte esta noche?

—Cuando quieras, Alec.

De modo que Alec terminó la videollamada y descolgó la llamada de Ivan.

—Quería felicitarte ayer, pero sabía que tenías exámenes.

Y Alec sonrió. Ivan nunca olvidaba su cumpleaños.

—Gracias. —Estuvo a punto de decir su nombre, pero se calló. No se sentía preparado para usar Kendra—. ¿Cómo has estado?

—Trabajando.

—¿En el mismo lugar?

—Sí. —Hubo una breve pausa, como si Ivan estuviera pensando qué palabras emplear, y Alec no dijo nada porque tampoco tenía ni idea de cómo continuar la conversación—. Oye, quería pedirte un favor.

—Claro.

—Voy a cambiar mi acta de nacimiento —soltó— y quería pedirte que borraras todas las fotos que tengas de Ivan.

Fue la primera vez en su vida que Alec sintió tanto frío. A pesar de estar en un cuarto con calefacción, camiseta interior y una sudadera gris, una gélida corriente se filtró bajo sus mangas y le erizó toda la piel.

¿De verdad estaba hablando de sí mismo en tercera persona? ¿No eran la misma persona, tal y como Alec se había temido?

—¿Borrarlas? —repitió, estupefacto.

—Por favor —dijo con suavidad—. Creo que soy la única con derecho a revelar mi pasado, si quiero. Se lo he pedido a todos mis amigos y no han tenido problema.

—¿Tan seguro estás de cambiar tu nombre?

—Y mi género. También en mi pasaporte.

—¿Será como si hubieras nacido siendo niña?

—Siempre he sido niña, Alec. Y de verdad... estoy esforzándome mucho por aceptarme.

De nuevo, frías lágrimas congelaban los ojos de Alec, que no parpadeó para no derramarlas. Tragó saliva, consciente de que Jin Hyun, frente a él, parecía distraído, deslizando el dedo por Instagram, pero en realidad escuchaba toda la conversación.

—Entonces... ¿nunca he tenido un hermano?

Silencio.

Jin Hyun lo miró, pues escuchó las cuerdas vocales de Alec temblar, pero regresó a su pantalla para no incomodarlo. Alec ni siquiera lo miraba.

—¿Ivan ya no existe?

Tampoco hubo contestación y Alec no entendió si ni siquiera Ivan, o Kendra, lo sabía, o si más bien, no quería destrozarlo con la respuesta.

Se limpió la nariz para evitar llorar.

—Por favor, no digas que echas de menos a Ivan —le dijo de pronto su hermano—. Odio quién yo era antes. Era un niño confundido, solo, que no supe cuidar ni escuchar. Me está costando más que a nadie dejarlo ir, Alec. Y tal vez... borrar todas las fotos te ayude a procesarlo también.

—Me quedan los recuerdos.

—Estoy intentando hacerlo más fácil.

Un tembloroso suspiro escapó entre los labios enrojecidos de Alec. Se echó contra el respaldo de la silla y, mirando a Jin Hyun, que trataba de ignorarlo, se rindió.

—Las borraré.

—Gracias.

Al tragar, le ardió la garganta.

Era la persona más débil del mundo, pero no sabía manejarlo de otro modo. Dolía que su hermano, el mejor amigo con el que había crecido, el que le llamaba cuando tenía problemas, se escapaba de casa y le hablaba de su depresión y ansiedad severas, había muerto.

—Aunque entiendo que es difícil de asimilar —prosiguió entonces su hermano—, no es justo que te aferres a mantener vivo a alguien que era miserable. Y estoy intentando ser feliz. Toda mi vida he creído que era un error. Pero no lo soy, Alec. Y aunque no soy la misma persona, te quiero. Y te voy a querer siempre.

Su voz, su rostro y su forma de ser habían cambiado.

No había manera de regresar el tiempo atrás: el proceso de cambio de nombre y género en todos sus documentos de identificación y actas sería modificado, y el nombre de Ivan Hovind desaparecería de la faz de la tierra. Se convertiría en un mero recuerdo, en una memoria lejana que probablemente un día todos olvidarían.

—Yo también te quiero.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora