44 | La indicada

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—¿Te vas a Países Bajos?

Kendra contemplaba con sus despampanantes ojos verdes a Alec, que estaba desayunando cereal en su apartamento. Otra vez le faltaba Cairo, porque no se atrevía a aparecer en casa de su madre.

—Erin me dijo que sí.

—Pero no la conoces de nada —insistió su hermano—. ¿Y si su familia es peligrosa o...?

—Son refugiados de guerra —interrumpió Alec con la boca llena—. Llevan dos años tramitando la residencia. Parecen inofensivos.

—¿Cómo les va a explicar Erin que tiene un amigo a distancia que va a pasar el verano con ellos? ¿Así de rápido lo aceptan?

—Les ha dicho que soy un estudiante de intercambio —rebatió el muchacho—. Ya me dio su dirección, ya he comprado los vuelos. No puedo echarme atrás ahora. Y tú no le digas nada a mamá. Si Ray se entera, me mata.

Al pronunciar su nombre, Kendra puso los ojos en blanco. Se había trenzado el pelo castaño, que caía como una cascada de purpurina sobre sus delgados hombros. Con la camiseta corta y los pantalones de pijama, sin maquillaje, a pesar de lo finas que eran sus cejas, a Alec le daba un aire a la persona que solía ser. Pero le había crecido tanto el pelo que cualquiera dudaría.

—No creo que los engañes mucho tiempo.

—Hanniel me dijo que el departamento de Ciencias Naturales organiza viajes de misiones en verano por Europa, así que les diré que Países Bajos entra en la lista. —Haciendo una pausa, Alec desbloqueó su teléfono y le mostró el correo redactado por el jefe del departamento que Hanniel le había reenviado, además de a veintisiete personas más—. Además, tengo seis mil dólares que me sobraron del semestre pasado porque no pagué la segunda mitad. No hay manera de que me gaste todo eso en un verano.

—¿Qué hiciste para que te echaran?

Alec negó con la cabeza, aún comiendo. El hueso de su muñeca sobresalía cuando sujetaba la cuchara; el vello rubio de su brazo se erizaba.

Inclinándose sobre la mesa, Kendra resopló.

—¿Faltaste a clases? —indagó casi con sorna—. ¿O no fuiste a la iglesia o...?

—No, para —lo frenó Alec, molesto, y se apartó el flequillo de la mejilla herida por el acné rojo—. No te lo voy a decir.

—¿Por qué? Somos hermanos.

Y tras lanzarle una mirada juzgadora, Alec volvió a llevarse una cucharada de cereal a la boca.

—Porque da igual. No me voy a graduar nunca.

—Mamá no se va a creer que no tendrás graduación —insistió Kendra.

—Le dije que será cuando regrese del viaje y espero que luego se les olvide —contestó Alec—. O inventaré que me equivoqué de fecha. Ayúdame, por favor. Necesito que puedas improvisar si te llaman.

Y su hermano se echó contra el respaldo de la silla de la cocina, con los brazos cruzados y los labios tensos, para mirarlo bajo las cejas.

—Si me llaman, no contestaré.

Alec volvió a refrescar la aplicación de la aerolínea para comprobar que su vuelo para aquella noche seguía programado y a tiempo.

No había podido decirle a nadie por qué se iba, ni nadie lo adivinó ni lo presionó para obtener una respuesta: Jin Hyun lo había abrazado por la mañana, poco antes de que Alec agarrase su maleta y bajara a entregar su parte de salida en la entrada de la residencia, y se subiera al auto de Dennis, que Kendra había manejado hasta la entrada de la universidad.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora