Lo primero que hizo Alec en cuanto llegó a su dormitorio después del servicio a las seis de la iglesia fue quitarse el estrecho traje que lo agobiaba, colocarse un cálido jersey marrón y sus enormes pantalones grises de pijama, y llamar a Erin.
—¿Estás bien? —fue lo primero que ella preguntó, en cuanto su imagen apareció en la pantalla.
Alec negó con la cabeza.
Erin usaba una sudadera oscura que le cubría hasta los nudillos, además de un velo negro envuelto alrededor de la cabeza. Cruzada de piernas sobre su cama, vio a Alec desplomarse frente al escritorio con los ojos rojos de llorar y apoyar la cabeza sobre sus antebrazos.
—Tuve un ataque de ansiedad en la iglesia —le confesó— y pasé la mitad del servicio en el baño.
—¿Así de la nada?
—Me están dando ataques de pánico casi todas las semanas.
—¿Pero por qué?
Ni él mismo lo tenía claro. Diferentes situaciones lo detonaban, desde hablar con su madre e ir a clases con el miedo de encontrarse a Zion hasta pensar en la graduación.
—En tres días cumplo veintidós años —murmuró Alec— y me da ansiedad pensar en todos los cumpleaños que llevo sobreviviendo a mí mismo.
Cada cumpleaños era un recordatorio de lo inútil y desechable que era. No quería mensajes, ni llamadas, ni un recordatorio de que había desperdiciado otro año. No había nada que celebrar.
No había logrado nada en su vida, no había disfrutado ni un solo año de su existencia y todas las personas que había a su alrededor probablemente fingirían alegrarse por él cuando en realidad lo veían como un desperdicio de espacio, de oxígeno y de tiempo.
—Lo siento.
Alec suspiró.
—Esta semana empiezan los parciales —murmuró—. Tengo un día libre mañana, pero los exámenes me estresan. Todo depende de mis calificaciones. Me da ansiedad oír el despertador del teléfono por la mañana. Me da náuseas vestirme, y salir, y hablar con la gente. Siento que todos me juzgan porque uso ropa demasiado grande, o porque llevo días sin lavarme el pelo, o por mi cara... No he vuelto a cenar con mis amigos porque no quiero que me vean. Creo que me odian.
Ya estaba llorando.
Lágrimas calientes resbalaban desde las esquinas de sus ojos por sus mejillas, hasta encontrarse con la tela del jersey. No miraba a Erin, sino que había perdido la vista por la esquina del cuarto.
Jin Hyun no tardaría en regresar de la iglesia.
—También me da ansiedad Pascua —confesó—. Mi madre quiere que regrese a casa, aunque son solo cuatro días, pero eso significará soportar sus comentarios sobre mi ex, y mi hermana se pondrá de su lado, y tendré que recoger a Cairo de casa de Ivan, y tendré que verle y... Me estresa mi cara también. Y mi cuerpo. Estoy cansado de odiarme, pero tampoco sé quererme.
La montaña de tareas se acumulaba sobre Alec.
—¿Ya te limpiaste la cara? —inquirió entonces Erin, con su dulzura característica.
Tras retirarse las gafas de visión, Alec se limpió las esquinas de los ojos con el borde de su manga, pero negó. Erin le preguntó si había cenado y él confesó que moría de hambre. Ella le sugirió lavarse la cara e ir por algo de cenar, y hablarían mientras comían.
—¿Vienes conmigo?
Los ojos azules de Alec, que la contemplaban como si fuera un niño, arrugando la frente, la convencieron. Erin le dijo que sí, por lo que él, fuera del alcance de la pantalla, cambió el pantalón de pijama por un jogger, se colocó las deportivas y regresó a agarrar el teléfono y colocar los audífonos.
ESTÁS LEYENDO
La milla extra
Teen FictionDicen que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. *** Alec creía que conocía a Dios. Había crecido en una familia cristiana, iba a la iglesia, oraba, leía la Biblia, no fumaba ni bebía, ni iba a fiestas. Hacía todas las cosas correctas par...