Erin y Alec se habían escrito varias veces aquella semana, aunque sus conversaciones se limitaban a las preguntas de Erin sobre su familia y estado de salud, y ahora sonreía para sí cuando la veía unirse a la transmisión de alguno de sus juegos.
Después del servicio dominical, pasó por el comedor y recogió su caja blanca con pasta, una pieza de fruta y una galleta, y regresó a su dormitorio. Jin Hyun debía de estar comiendo con sus amigos en el comedor, porque no había nadie aún en el cuarto.
De todos modos, suponía que volvería pronto, por lo que posicionó el teléfono contra la botella metálica de té de Jin Hyun y llamó a Erin.
—Te ves bien.
A Alec se le encogió el corazón.
Probablemente Erin lo decía porque así era su personalidad, ya que dudaba mucho que de verdad pensara que él podría verse bien. Él nunca se veía bien. Tenía una mejilla lastimada, usaba gafas de vista y no se quitaba el cabello de la cara para que nadie lo notara.
—Tú también.
Erin llevaba un jersey marrón de lana, de mangas anchas que cubrían hasta sus nudillos; como siempre, estaba sentada en su cama, aunque Alec no veía más allá de su cintura. Debía apoyar el teléfono contra un cojín o algo parecido, porque ella lo miraba directamente y no desde arriba.
Como siempre, traía un fino velo echado sobre la cabeza y alrededor del cuello, que cubría también su nariz y boca, dejando a la vista solo su profunda mirada y las cejas pobladas.
—¿Siempre te vistes tan bien para la iglesia?
Lo decía por el traje, aunque Alec ya se había quitado la chaqueta.
—Es obligatorio vestirse así. ¿Qué hiciste hoy?
—Estuve leyendo. Y escuché un podcast con audífonos.
—¿No es muy tarde para comer para ti?
—No realmente. Comemos a las tres así que solo tuve que esperar un par de horas más.
—¿Y tu hermana no dijo nada?
—Le dije que estaba ayunando y comería más tarde.
Entonces le mostró su plato y Alec se dio cuenta de que también comería pasta, aunque de otro tipo que la suya. Y sonrió sin querer.
—Gracias, Erin.
Comieron juntos. Hablaron de la prédica de aquella mañana: Alec le compartió lo que el predicador de la universidad había dicho y luego le preguntó por la salud de su familia.
—Mi sobrina mayor, Newel, está resfriada —murmuró—, pero mi abuelo ha estado ayudando a mi hermana con los otros dos. Son gemelos: Yessin y Marwan. Creo que mi hermana sospecha algo, porque últimamente no me deja ayudarla con sus niños... pero mi abuelo siempre busca tiempo para leerme el Corán y rezar juntos. Es mi mejor amigo.
Alec, que no la miraba, trató de recoger uno de los ravioli en su tenedor.
—Debe ser difícil.
—Es difícil no poder hablar —admitió ella—, pero no suelo decir mucho de todos modos. Es mejor si no preguntan. Si lo hicieran, tendría que mentirles.
Por fin, Alec la miró bajo las cejas.
Para todas las dudas y preguntas que Erin tenía, y haber enfrentado el rechazo de su padre y guardar silencio en su propia casa, no había desertado de la fe. Seguía aferrándose y aprendiendo tanto como podía de Dios y de la Biblia, aunque fuera en secreto y por su cuenta, mientras él estaba buscando cambiarse de religión.
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La milla extra
Novela JuvenilDicen que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. *** Alec creía que conocía a Dios. Había crecido en una familia cristiana, iba a la iglesia, oraba, leía la Biblia, no fumaba ni bebía, ni iba a fiestas. Hacía todas las cosas correctas par...