Erin: Te sugerí leer Salmos porque suponían ciento cincuenta días. Sabía que esto era una posibilidad y quería ganar tiempo. Pero no poder ayudarte me asustó. Y lo siento tanto. 11:53 a.m.
Aquel era el primer mensaje que había leído de Erin desde que le devolvieron su teléfono a Alec y este lo tuvo cargando toda la noche. Después de una larga secuencia de mensajes con "Alec, ¿estás bien?" y "estoy preocupada, contéstame", parecía haber recibido las noticias, porque hubo un espacio de tiempo en el que no se enviaron mensajes (seis horas) y, por último, quedaban aquellas palabras.
Las había enviado el día anterior a que Alec fuese trasladado a planta.
Alec: No tenías que quedarte donde no te sentías cómoda. 11:58 a.m.
El dorso en el que estaba clavada la aguja dolía. Lágrimas saladas se secaban en sus mejillas. Contemplaba la pantalla fijamente, a la espera de alguna señal, aunque no tenía expectativas. Si Erin decidía no volver a hablar con él, lo aceptaría. Se lo merecía.
Pero ella leyó su mensaje y vio la burbujita aparecer en la pantalla, indicando que estaba escribiendo.
Erin: Era donde Dios me quería. 11:59 a.m.
Alec: Yo tuve que haber hecho las cosas mejor. 11:59 a.m.
Erin: ¿No has oído hablar de la milla extra? 11:59 a.m.
Alec: Quiero llamarte. 11:59 a.m.
No tenía ni idea de si sería una llamada telefónica o una videollamada, y en parte le angustiaba que se tratara de la segunda. Pero Erin tardó dos o tres minutos en tocar el icono de la cámara y, tal como Alec se temía, le solicitó verse a través del teléfono.
—Siento que me veas así —susurró, sin fuerzas; había recostado la cabeza contra la almohada para beberse las lágrimas conforme resbalaban hacia sus labios, porque se le rasgó el alma en cuanto vio los ojos negros de Erin vidriosos—. No era lo que quería.
—He estado buscando vuelos —le confesó Erin— para ir a verte.
Alec chistó.
—No, bonita. No tienes que venir, menos ahora que...
—Viniste tú aquí. Recorriste... tres mil millas para verme. Es lo menos que puedo hacer por ti.
—Da igual que viajara la distancia exacta si no estaba dispuesto a dar mil pasos más porque no era cómodo para mí.
Erin presionó el borde de la manga de su jersey gris y perlas negras contra su lacrimal.
No dijo nada y Alec tuvo que tragar para que las palabras no se le enredasen en la garganta. Carraspeó y trató de acomodar el teléfono como pudo entre la almohada y la barandilla de la camilla. Le traerían sólidos en menos de una hora para que su cuerpo volviera a acostumbrarse a la comida, aunque su madre, consciente de cuánto amaba el café, no había tardado en salir a comprarle uno de vainilla en la cafetería del hospital.
—Todo el tiempo —protestó él en un murmullo— he estado haciendo lo justo porque no quería sacrificar más de lo necesario, porque no quería sufrir. Pero hacer solo lo que se te requiere no es amor. Eso podría hacerlo cualquiera por obligación. La milla de la que tú hablas, ese paso extra, es la que recorres porque sabes que es correcto. Es para la otra persona, no para ti mismo. Y yo no lo hice.
—¿Y por qué siento que la que no ha ido esa milla por ti he sido yo?
Alec suspiró.
—Perdóname —murmuró, pero ella, cruzándose de brazos, negó con la cabeza.
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La milla extra
Teen FictionDicen que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. *** Alec creía que conocía a Dios. Había crecido en una familia cristiana, iba a la iglesia, oraba, leía la Biblia, no fumaba ni bebía, ni iba a fiestas. Hacía todas las cosas correctas par...