02 | Los Hovind

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—¿Cómo estás?

Jin Hyun, quien había hablado, se giró hacia Alec Hovind, por fin sentado frente al escritorio, ante la pantalla del juego ya cargado que aún no iniciaba.

—Bien, creo.

—¿Te lo esperabas?

Alec negó con la cabeza.

—Sabía que estaba molesta —confesó—, porque me respondía muy seca en la iglesia. Y cuando le dije que iría con Hanniel al supermercado, puso esa cara de... Como si tomara decisiones sin ella. Pero pensé que lo hablaríamos esta noche y se arreglaría.

En realidad, todavía no lo había procesado. Ni siquiera sabía cómo debía sentirse. Zion había sido su primera novia durante dos años y ya habían hablado de casarse. De hecho, él incluso había pensado en cómo pedirle matrimonio y sorprender a su familia.

Jin Hyun, todavía secándose el cabello negro, se enderezó.

—¿Terminó contigo por teléfono?

—Sí. —Alec apoyó el puño en la mejilla y suspiró—. No lo entiendo. Sonó como si... como si ya llevara tiempo pensando en dejarme.

Jin Hyun Noe había sido su amigo más cercano desde que tomaron juntos la clase obligatoria de literatura básica en segundo año, cuando les tocó sentarse juntos a causa de sus apellidos. Se dirigió a su cama, donde se sentó a contemplar al rubio.

—Lo siento —murmuró.

Pero Alec ni siquiera reaccionó. No sabía si llorar, alegrarse o pasar por alto todos sus sentimientos.

—Se suponía que teníamos planeada una vida juntos —dijo.

—No creo que tenga sentido en un tiempo.

—Pero merezco una explicación, ¿no? —inquirió entonces Alec—. ¿Cómo se supone que manejo esto? Todo el mundo sabe que estábamos saliendo. ¿Cómo se lo voy a decir a mi madre? Adora a Zion. Y por teléfono...

—Eso solo la hace quedar mal a ella —lo interrumpió Jin Hyun—. No es tu culpa, Alec.

—Ya.

—Lo digo en serio.

—¿Cómo lo sabes? —Alec se frotó un ojo, cansado—. Tal vez sí lo es. Tal vez hice algo sin darme cuenta de que...

—No creo que haya sido eso —murmuró Jin Hyun con calma—. Si ha terminado de esa manera contigo, es porque ya lo tenía planeado. Probablemente solo estaba esperando a tener una razón para terminar.

—¿Pero por qué? ¿Ya no le gusto?

—Alec, no se trata de eso. No te culpes. Te conozco y sé cómo fue vuestra relación. Créeme que todo lo que tú hiciste fue darle lo mejor de ti. Pero Zion no ha sabido valorarlo. Y si quieres un consejo, no tomes ninguna decisión importante en los siguientes seis meses. Tienes que darte un tiempo para asimilarlo.

Alec resopló.

—Pensaba presentarme a las nominaciones del club —murmuró, desgastado.

—¿Para vicepresidente?

—Sí, pero... ahora mismo no me siento capaz —admitió—. No sé qué hacer, no entiendo nada de lo que está pasando.

—Es normal, Alec. Necesitas priorizar tu salud, porque a nadie en este lugar le importará más que a ti.

En realidad, la universidad era su lugar seguro. Entendía que sus amigos se sintieran restringidos por las normas, o demasiado controlados, o sobrecargados por la cantidad de veces a la semana que iban a la iglesia, o a capilla, y por todas las actividades y eventos que tenían lugar en el campus, pero, para él, no había otro sitio donde se sintiera más en casa.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora