29 | Cosas que mejor no saber

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Aunque le había extrañado desde el primer momento en que la vio, Alec no se atrevía a preguntarle a Erin por qué usaba velo.

Con tal de no parecer un ignorante, inició una investigación sobre las costumbres en Siria. No sabía mucho del país, a excepción de que estaban en guerra y que casualmente él lo había reclamado en la reunión de oración mundial el semestre anterior. Por tanto, no sería irresponsable y se informaría para orar con más exactitud por el pueblo sirio.

Encontró información sobre la comida típica, al igual que la música y la vestimenta, y se aprendió los nombres de memoria. Tal vez sonaría estúpido pronunciándolo, pero lo intentaría.

Apenas notaba el acento de Erin cuando hablaba. De hecho, le gustaba cómo sonaban ciertas palabras en su voz, porque no silbaba las eses ni exageraba el sonido de la zeta.

Los exámenes parciales se acercaban, pero Alec no dejó su lectura bíblica ni de los salmos.

Cada noche, le enviaba un versículo a Erin y cenaban juntos. Debido a su ansiedad, pasaba rápidamente por Haven y recogía una bolsa de papel con un sándwich de queso o nuggets de pollo. Los miércoles, salía de la iglesia a las siete para cenar quesadillas y totopos con crema en su dormitorio, en videollamada con Erin.

—¿Con quién tanto hablas?

Alec se quitó uno de los audífonos a toda velocidad cuando la voz de Jin Hyun interfirió con la de Erin.

Era miércoles por la noche, alrededor de las siete y media, y Jin Hyun acababa de llegar, con su ceñido traje y su Biblia negra, y el cabello oscuro perfectamente sedoso y brillante.

—Con Erin —musitó él, débilmente; su teléfono, apoyado contra su botella de agua, daba la espalda a Jin Hyun, que se detuvo frente al escritorio—. Es mi amiga.

—¿La chica de los videojuegos?

—Sí.

Jin Hyun asintió, algo extrañado porque Alec no era el tipo de chico que haría videollamada para cenar, sino que se enfrascaba en alguna conversación con desconocidos en un juego online y se olvidaba del hambre que sentía.

—Deberías cantar en tus transmisiones —dijo Erin de repente, y Alec se giró a mirarla—. Sé que no te gusta, pero... de verdad cantas bien. Y hay poca gente que suba canciones en vivo. Podrías hacer un karaoke.

Y Alec se rio.

—Sería ridículo.

Pero Erin frunció el ceño.

—No, ¿por qué? Sería muy divertido. Yo no me lo perdería.

Componer en clase se había convertido en el único método de escape que aliviaba la ansiedad que le estrujaba el pecho.

Si su padrastro descubría que se dedicaba a componer música y a tocar la guitarra, diría que estaba tomando el camino más fácil para no esforzarse.

Mientras bajaba en el ascensor de su residencia, marcó el número de Hanniel. No había querido hablarlo en persona con él por miedo a decir demasiado y que el otro dedujera sus insinuaciones. Además, no había encontrado más evidencia que un mensaje de Jackson de hacía dos años reenviándole la factura de la noche en la posada.

—¿Recuerdas quién fue al viaje de Navidades de hace tres años?

Tras un leve momento de silencio, Hanniel nombró a Jackson, en el otro coche, a Douglas y un amigo que los conduciría al campus. Luego le confirmó el nombre de la posada, y Alec liberó un suave suspiro de alivio.

El ticket de factura era real.

—¿No recuerdas que pasara nada extraño?

Hanniel lo meditó un par de segundos.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora