41 | Una buena decisión

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El domingo de resurrección, Alec se quedó en casa, comió quesadillas y vio con Erin la misma película de Jesucristo que el muchacho veía todos los años en Pascua y Navidad, una que lo remontaba a las mejores épocas de su infancia, cuando aún vivía su padre. Volvería al campus aquella misma noche, con Raymond, aunque no le apasionaba en lo absoluto subirse de nuevo al coche con él.

 —¿Pero por qué no fuiste a la iglesia? —le había preguntado Erin cuando se quedaron hablando después de la película, y el chico se encogió de hombros.

—La gente hace demasiadas preguntas —murmuró— y no quiero que me atosiguen por lo de mi hermano. Además, el liderazgo es pésimo: nunca quieren que nadie participe en nada, no hay grupo de jóvenes, Ray siempre critica a todo el mundo por orar por cosas terrenales y...

—Dijiste que querías servir en el ministerio de alabanza, ¿no?

—Sí, pero Ray no lo entiende.

—Tal vez porque no tiene sentido que quieras servir a la iglesia sin ir a la iglesia.

Alec no dijo nada. Se cruzó de brazos y, despacio, se llevó el pulgar a la boca para morderse el pellejo hasta arrancárselo. Ya sabía que era un hipócrita, pero desde que su madre se había casado con Raymond, no le apetecía ir a la iglesia ni hablar con nadie. No quería que cuestionaran su aspecto físico, ni que juzgaran su depresión ni que le rechazaran por quinta vez consecutiva en el grupo de alabanza.

—Volveré a la iglesia, lo prometo —susurró.

—Deberías intentarlo cuanto antes.

—Erin, deja de presionarme, por favor —suplicó al final, hastiado—. No me siento listo.

—No quiero presionarte —replicó ella—. Quiero que aproveches que sí puedes ir, que esa iglesia es una familia que te quiere a ti y a tu familia, que puedes oír la palabra de Dios... No es para hacerte sentir culpable. Es solo que, aunque no entiendas por qué tienes que ir, deberías hacerlo de todos modos. Y antes de que te des cuenta, Dios te mostrará por qué necesitas a la iglesia.

Y Alec resopló.

—Voy a la iglesia cuatro veces a la semana en la universidad —se quejó—, así que no digas que no voy, porque no es cierto. —Luego revisó la hora en la pantalla de su laptop y bufó—. Estoy cansado. Me iré a dormir.

—Vale.

Colgó sin despedirse como siempre se despedían. Estaba enojado, pero Erin no lo entendería. No sabía que aquella misma mañana se había controlado para no llevarle la contraria a Raymond, pues solo obtendría gritos y regaños en retribución.

Había sido a la hora del desayuno, mientras Raymond terminaba de hacer café para la madre de Alec, frente a la isla de la cocina donde desayunaba el muchacho, cuando su padrastro le preguntó por Ivan. Alec se encogió de hombros para esquivar la conversación, pero no funcionó.

—Dijiste que le viste, ¿no? —quiso saber—. ¿Cómo está? ¿Quién es su amigo, o novio, o lo que...?

—Es su novio. Se llama Dennis —contestó Alec por impulso, aunque en voz baja; debía dominar su tono de voz o se alteraría más rápido de lo que pretendía—. Es buena persona.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora