Cuando se sentó por fin en el coche negro de Raymond, en el asiento trasero, ya no se le hundía una daga en el pecho. Tampoco le dolía el estómago. Nadie le había gritado ni llamado inmaduro, ni cuestionado sus decisiones de vida ni interrogado innecesariamente.
Sin embargo, no estaba preparado para regresar a casa. Al fondo de su cabeza, mientras observaba por la ventanilla la carretera flanqueada por robles y recordaba al abuelo de Erin preguntándole qué había en Canadá además de miel y alces, oía una voz al fondo de su mente susurrando que nada cambiaría; por el contrario, volvería a la normalidad en cuestión de días y fingirían que aquel episodio nunca había ocurrido.
En realidad, ese era su miedo más grande.
El psiquiatra lo había evaluado una vez más antes de que el doctor le diese el alta basado en su respiración y ritmo cardiaco. No quiso prescribirle medicamentos porque pensaba que los efectos secundarios serían más perjudiciales que beneficiosos, pero le entregó una hoja con toda la información que necesitaría: causas, síntomas y tratamiento de la depresión clínica, y cambios que incorporar a su estilo de vida.
Aquella noche cenó con sus padres, Gillian y Jin Hyun, porque Dennis llegó al hospital desde Halifax a recoger a Kendra, que volvería a su casa. Se despidió de Alec con un abrazo en cuanto le desconectaron el suero, y su madre y su padrastro se quedaron hasta que el doctor se presentó con los resultados de la evaluación psiquiátrica.
Jin Hyun se iría al amanecer. Alec le había preguntado si quería que lo acompañara al aeropuerto, pero este negó.
—Descansa y recupérate primero —le dijo.
Estaban sentados en el porche de la casa. La brisa nocturna acariciaba el cabello de Alec, que se había dejado de sentir como él mismo desde el intento fallido de suicidio. Cada vez que se miraba las pálidas manos, o revisaba su reflejo en algún espejo, lo hostigaba la sensación de que no era él.
Flotaba en la inmensidad del universo, no palpaba el mundo real.
Y no sabía recuperar sus sentidos.
—Necesito que seas muy específico estas semanas —oyó decir a Jin Hyun, y se giró a mirarlo; el coreano se había rodeado las piernas—. No solo conmigo, sino con tu familia y con Erin también.
—¿Sobre qué?
—Sobre cómo ayudarte. Podemos estudiar, o leer, o hablar... Dime qué necesitas de mí.
—Que estés ahí.
Jin Hyun sabía quedarse sin decir nada.
Alec suspiró. Los altísimos postes de luz estaban tan lejos uno de otro que la luz se disipaba; no obstante, la lámpara colgante en el porche frontal teñía sus rostros de naranja, en contraste con la oscuridad de los terrenos de Bayside. Los ladridos de los perros, procedentes de la zona del garaje, se habían convertido en ruido blanco.
—Gracias por la Biblia —murmuró.
Jin Hyun sonrió de lado.
—No es nada.
—No pensé que vendrías porque estabas trabajando.
—Un amigo es más importante que el trabajo.
Incluso si mentía, lo cual le extrañaría de Jin Hyun, Alec sabía que no debía de haber sido fácil que el muchacho viajara desde Ontario a un hospital perdido en un condado diminuto. Estaba realizando sus prácticas en una escuela de medicina que no debía pagarle lo suficiente como para mantenerse, por lo que vivía con su hermano.
Y Alec sabía cuánto Jin Hyun se presionaba para llegar a ser como su hermano.
—¿Cómo está Jesse? —le preguntó.
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La milla extra
Ficção AdolescenteDicen que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. *** Alec creía que conocía a Dios. Había crecido en una familia cristiana, iba a la iglesia, oraba, leía la Biblia, no fumaba ni bebía, ni iba a fiestas. Hacía todas las cosas correctas par...