20 | Salmo 6

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Cada noche, antes de irse a dormir, Alec agarraba su Biblia del estante de madera que tenía tras su cabeza en la cama y leía un salmo.

Había continuado su plan de lectura, pero también subrayado los versículos con los que más se identificaba desde que Erin se lo había pedido.

Alec: Salmo 6:3-5. 10:15 p.m.

Erin: Salmo 6:6-7. 10:16 p.m.

Alec: ¿En serio? 10:16 p.m.

Erin: Han sido días difíciles, pero sé que acabarán. ¿Cómo estás tú? 10:16 p.m.

Alec: Lo siento.

Como siempre. Los antidepresivos no ayudan. 10:16 p.m.

Erin: ¿Por qué? 10:17 p.m.

Alec: Me siento más triste que de costumbre.

Y creo que estoy ganando peso. 10:17 p.m.

Erin: Eso no tiene nada de malo. 10:17 p.m.

Alec: Podría salirme más acné. 10:17 p.m.

Erin: ¿Es un problema hormonal? 10:18 p.m.

Alec: Sí, y de alimentación, pero he estado intentando mejorar.

Mi compañero me ayuda. Es enfermero. 10:18 p.m.

Había sido uno de esos días en los que funcionaba en modo ahorro para no desgastarse ni emocional ni mentalmente.

Se levantó a las siete de la mañana para encender la cafetera y, mientras se hacía el café, se vistió y preparó los libros que usaría para sus clases esa mañana.

No planeaba comer con nadie: saldría de Historia de las Civilizaciones a las doce y media, por lo que todos sus amigos ya habrían comido. Lo que no esperaba era que Benjamin Payne, uno de sus amigos, que coincidía en clase de historia con él, se le acercara después de clases para preguntarle si quería acompañarlo a comer.

Alec lo había mirado de reojo.

Benjamin, como siempre, cargaba su Biblia negra bajo el brazo. Estudiaba Ministerios Pastorales, pero llevaba la Biblia incluso al comedor por si necesitaba buscar un versículo de emergencia.

—Vale.

Solo contaban con cuarenta y cinco minutos antes de que cerraran el comedor, así que Alec se colgó la mochila al hombro y salieron juntos del gran aula.

Benjamin tenía ojos verdes y redondos, largas piernas y el cabello castaño perfectamente cortado.

Nadie pensaría que era guapo, pero todos sabían que daba la vida por el Señor debido a que era el capillista oficial de la universidad y compartía sus devocionales de ocho minutos desde el púlpito algunos miércoles de junta estudiantil.

—¿Cómo has estado?

—Bien.

—¿De verdad?

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora