23 | Salmo 20

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—¿Tienes planes para las conferencias bíblicas?

Alec alzó la mirada de su Biblia hacia Jin Hyun.

Había terminado toda su tarea antes de la hora de la cena y por fin había podido sentarse a leer su porción diaria, además del salmo correspondiente. El bolígrafo que sostenía entre sus dedos repiqueteaba contra su cuaderno de oración, abierto en una página en blanco, sobre la mesa. Tenía puestos los enormes audífonos, pero aún no se había conectado para iniciar una transmisión.

—Supongo que iré con mis amigos.

Jin Hyun, que le había preguntado, asintió.

—El viernes hay picnic —le recordó—. ¿Vamos juntos?

Alec frunció el ceño.

—¿No irás con tu hermano?

Jin Hyun negó.

Se quitó la bandolera del hombro para apoyarla contra la pata de la litera y, cansado, bajó la cremallera de su sudadera de deportes.

—No creo que sea bueno para mí si Sheranee va —admitió.

Por primera vez, Alec sintió que estaba siendo honesto. Jin Hyun se limitaba a cargar con los problemas y los secretos de los demás, pero nunca compartía los suyos.

Observó a su amigo quitarse las deportivas, una por una, empujando con un pie su otro talón, demasiado exhausto como para desatarse los cordones.

—Sabe lo que siento por ella y sigue ilusionándome con sus comentarios —murmuró.

Alec hizo una mueca.

—Hay personas que viven de la atención —murmuró.

Jin Hyun suspiró.

—No pienso dársela. ¿Entonces vas conmigo?

Alec asintió, aunque regresó a la historia que leía en Juan 6.

Llevaba retraso en su plan de lectura porque se detenía demasiado a leer los capítulos, por lo que todavía no terminaba los pasajes estipulados para octubre y noviembre.

Tampoco le importaba. Su parte favorita de la Biblia siempre había sido el Nuevo Testamento, así que no tenía prisa por finalizarlo.

—Tu acné está disminuyendo.

Sin pretenderlo, Alec volvió a levantar los ojos azules de su Biblia subrayada hacia Jin Hyun y tragó saliva.

—¿De verdad?

Evitaba mirarse en el espejo para no tener un mal día, pero él también se había mirado esa misma mañana y le pareció ver más cicatrices que nuevos granos, lo cual era buena señal.

—Sí, parece que has estado cuidándote —admitió—. ¿Sabías que el té verde te ayudaría?

Alec bufó.

—No me gusta el té.

—Buen trabajo, Alec.

Se refería a su esfuerzo por comer mejor, por beber más agua y lavarse la cara cada día. Y para Alec significaba el mundo que alguien lo reconociera, porque ya se había resignado a creer que jamás sería libre de su acné.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora