Erin le había enviado el versículo cuatro del salmo cuarenta y siete.
Alec: Lo siento, todavía no he leído. 6:44 p.m.
Erin: No creo que te identifiques con ninguno :)
¿Ya has cenado? 6:44 p.m.
Alec: Cené con Jamie. ¿Y tú? 6:44 p.m.
Erin: Estaba calentando mi cena. ¿Puedo llamarte? 6:45 p.m.
Alec se lamió los labios resecos. Tenía una herida en el labio inferior que él mismo se había causado por culpa de la ansiedad. Intentó negarse y alegar que no se sentía bien, pero borró el mensaje.
La imaginó sola, en su cuarto, como él, pero interesada en verle. No entendía por qué quería hacer videollamada si podían escribirse. Y aunque quería evitarla, algo dentro de su corazón se lo impedía. El único momento del día donde sentía que podía abrirse, expresar sus pensamientos y todo lo que le dolía, era cuando hablaba con ella.
En lo más hondo de su ser, la adoraba.
Alec: Sí. 6:47 p.m.
Para variar, la vio junto al microondas, en una amplia cocina.
Erin había apoyado el teléfono contra alguna maceta o recipiente, porque la veía hasta la cintura, al otro lado del mostrador. No tuvo tiempo de fijarse en su blusa negra de pijama, con un gatito rosado dibujado en el centro, porque Erin entrecerró los ojos al sonreír hasta solo dejar una franja de sus pupilas visible.
—Estoy calentando sopa de pollo —le explicó.
Alec le sonrió también.
Se veía adorable. El hijab rosado de Erin combinaba con el gatito de su pijama. Cuando quiso decírselo, se sintió tan tonto que se sonrojó y optó por bajar la mirada. Tal vez no era buena idea.
—¿Te dio sarpullido?
Una de las manos de Alec se dirigió a su rostro como acto reflejo. Era evidente que preguntaría: tenía rasguños rojos y rosas, y costras abiertas.
—Hice una estupidez —confesó.
—¿Intentaste explotar los granos? —preguntó ella, atónita, porque los dos sabían lo terrible que era aquella idea. Él asintió—. ¿Por qué?
Alec se encogió de hombros con simpleza.
—Porque odio cómo se ve —musitó. Se pausó, incapaz de mirarla directamente; se había abrazado porque volvía a sentirse indefenso—. Porque me encontré a mi ex en el comedor. Y dijo cosas.
Erin parpadeó, perpleja.
No se movió, ni siquiera cuando el estridente pitido del microondas irrumpió el silencio, sino que mantuvo la vista clavada en la pantalla.
—¿Qué dijo?
—No quiero hablar de eso, Erin.
Así que Erin se giró y abrió el microondas para sacar su cuenco.
Alec la observó recoger el teléfono del mostrador, un par de piezas de chocolate negro y atravesar un oscuro pasillo hasta el cuarto de la muchacha; Erin dejó el cuenco en un pequeño escritorio de madera que tenía frente a su cama, recargó el móvil contra algo en el escritorio y Alec alcanzó a ver sus anchos pantalones rosas de pijama.
No había hablado porque se le habían llenado los lacrimales de agua otra vez. Ahora jugaba a entrelazar sus dedos sobre sus anchísimos joggers blancos.

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La milla extra
Novela JuvenilDicen que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. *** Alec creía que conocía a Dios. Había crecido en una familia cristiana, iba a la iglesia, oraba, leía la Biblia, no fumaba ni bebía, ni iba a fiestas. Hacía todas las cosas correctas par...