Alec ya sabía que no disfrutaría el evento de luces de Navidad.
Para reservar sitio, los estudiantes dejaban una o dos cobijas en la grada que tomarían. Cuando llegó a la terraza de Lombard, el comedor pequeño del campus, vio el graderío cubierto de cobijas sobre el graderío de piedra, por donde habían retirado la capa de nieve, y distinguió a Matt y a Hanniel en uno de los escalones, con sus chaquetones gruesos de invierno y las mejillas rojas por el frío. Estaban allí desde las tres de la tarde.
—¡Alec!
En cuanto lo vio, Matt alzó un brazo para que Alec lo reconociera. Se acercó resoplando, porque empezaba a sentir un agudo dolor en el pecho por la cantidad de gente que había allí. Matt le entregó su cajita especial de comida, que habían recogido de Haven hacía apenas media hora.
—Gracias, pero no creo que coma.
—Nadie se va a meter con tu peso.
Hanniel no era el mejor para consolarlo, pero lo intentaba. Había sufrido los ataques a su físico por parte de Zion, por lo que suponía que Alec también, aunque cada día estaba más delgado.
La chica no se planteaba dos veces callarse ante la tentación de mencionar si Hanniel había engordado, o si comía demasiado rápido, y aunque normalmente los demás se reían y fingían que no importaba, Alec moría de vergüenza cada vez que soltaba algún comentario parecido.
Por eso, Hanniel notaba cuando el carácter de Alec comenzaba a agriarse en sitios abarrotados de gente, aunque se limitara a palmearle la espalda a modo de comprensión. Ya cruzado de piernas sobre la cobija, Alec sacó su teléfono para distraerse en lo que comenzaba el evento, apartada la cajita blanca a un lado de su rodilla.
Lo primero que hizo fue pulsar sobre el icono de correos electrónicos.
—Alec, ¿cómo estás?
No tuvo tiempo de comprobar si aquel chico había respondido su correo porque Cortland, un compañero que estudiaba Ciencias Políticas, con el que tuvo la clase de español en común en primer año, había pasado a saludarle. Alec volvió a poner de pie para abrazarlo.
—Todo bien, ¿cómo has estado?
Se le había acelerado el pulso por el simple hecho de tener que saludar. No quería entablar conversaciones. Quería irse a su cuarto.
Quizás era una estupidez, pero empezaba a agobiarse porque todos a su alrededor parecían disfrutar la noche de reunirse con amigos excepto él. Era incapaz de salir de su pequeño mundo donde la ansiedad reinaba.
—¿Cómo está Zion?
Alec lo miró de arriba abajo. Zion Davis era amiga de Kate, la novia de Cortland.
—¿Tu novia no lo sabe? —inquirió.
Cortland frunció el ceño.
—La estoy esperando. ¿Saber qué?
—Que Zion y yo terminamos hace una semana —repuso Alec, tan suave como le permitía su ansiedad.
—Oh.
Ninguno de los dos dijo nada. Cortland se limitó a contemplar el suelo, asintiendo con comprensión, y al final levantó una mano para posarla en el hombro de Alec.
—Lo siento.
—Era lo mejor.
Su propósito al asistir al evento de luces de Navidad era crear nuevos recuerdos.
Como tantas veces había dicho el presidente del cuerpo estudiantil, no tenía sentido desperdiciar todas las oportunidades que vivirían en el campus. Su experiencia en la universidad sería única y, al mirar atrás, todos desearían tener recuerdos buenos.
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La milla extra
JugendliteraturDicen que un viaje de mil millas comienza con un solo paso. *** Alec creía que conocía a Dios. Había crecido en una familia cristiana, iba a la iglesia, oraba, leía la Biblia, no fumaba ni bebía, ni iba a fiestas. Hacía todas las cosas correctas par...