37 | Al borde de uno mismo

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Aunque intentaba concentrarse, Alec no dejaba de darle vueltas en su cabeza a la última conversación con Jin Hyun. Oía como un ruido de fondo al señor Levingson comentar los diseños de ejemplo de años anteriores para la clase de Diseño de Calor y Energía, mientras explicaba que tendrían que realizar un proyecto en equipo para revisar soluciones y aportar otras. Alec no había aportado nada en el trabajo anterior ni aportaría en ese; como ya había resuelto, elegiría a Chris como compañero porque siempre encontraba soluciones y copiaría un poco su método de deducción.

Sentado frente a la computadora, fijos los ojos en los diseños, su mente había desconectado de la realidad.

Había salido de capilla a las once menos diez para pasar lo más rápido posible por el comedor y agarrar una bolsa de papel con su almuerzo; después, subió a su dormitorio para aislarse de la sociedad y evitar entablar conversación con nadie.

Pero, para su sorpresa, Jin Hyun acababa de llegar, casi al mismo tiempo que él, con la misma bolsa de papel. Aunque no era el plan de Alec, comieron juntos: Jin Hyun, sentado a la orilla de su cama porque tenía que repasar para su prueba corta de aquel día, escuchó a Alec, desde el escritorio, desahogarse respecto a todos los pensamientos contradictorios que había estado sufriendo.

Agitó la ensalada después de añadir el aderezo y empezó a comer.

—¿Crees que hago bien? —le preguntó.

En sus contactos, había cambiado el nombre de Ivan a Kendra y estaba haciendo todo lo posible por investigar acerca de la terapia de sustitución hormonal, y entender el proceso que su hermano atravesaba.

Sin embargo, Jin Hyun se había encogido de hombros.

—No lo sé.

Alec tampoco.

Suspiró. Había roto el envoltorio de las galletas saladas para llevarse una a la boca.

—Supongo que usar los pronombres que quiere es una forma de respeto —murmuró.

—Sí, pero compromete lo que crees.

Alec encogió un hombro.

—¿Entonces solo le llamo por el otro nombre?

—Es solo un nombre.

Se había quedado un poco más tranquilo, pero después se marchó a clases y la conversación volvió a reproducirse en su cabeza. Aunque le costara, haría el esfuerzo de llamar a Ivan por el nombre que había elegido, porque era lo único con lo que, quizá, conseguiría sentirse cómodo.

—Hovind.

Alec alzó la cabeza en cuanto escuchó su apellido, pero no había sido el señor Levingson, sino un asistente de residencia, de esos que paseaban por los pasillos y se aseguraban de que las camas estuvieran hechas, la basura sacada y el baño en orden. Parado bajo el marco de la puerta, un muchacho de camiseta limón y su cordón negro, del que colgaba la tarjeta con su nombre, lo esperaba.

El señor Levingson le preguntó a quién buscaba y el asistente repitió "Alec Hovind", de modo que el rubio no tuvo más remedio que ponerse de pie, recoger sus cosas como un muerto viviente y salir, cargada la mochila a la espalda, bajo la atenta mirada de sus compañeros, al pasillo.

La milla extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora