CAPÍTULO XXXI

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POV Alfred

Escucharle decirme que traía un kit de enfermera en su maleta para sanar mis heridas correctamente con ayuda de su amor, y sobre todo esa caricia en mi cabeza, en esa mente que aún estaba herida y que me metía en mil batallas me rompió como nunca.

Amaia poco a poco me fue llevando hasta la cama para así intentar calmar mi desazón, no sé cuánto tiempo le costó a la pobre conseguir que mis lágrimas cesaran, que la congoja no me ahogara y que mi cuerpo no estuviera en tensión.

Tenía miedo, mucho miedo a que me dejara, a que ese momento fuera la despedida, a que todo acabase por un momento de celos. Pero ella se encargó con sus pequeños besos, con sus caricias pausadas y sobre todo con su angelical voz de ir relajando mi ansiedad.

Me fue susurrando versos de canciones con mensajes de cariño y admiración, como Estoy contigo de La oreja de Van Ghog, El amor de mi vida de Ricky Martin, Siempre estaré ahí de Maldita Nerea, esos mensajes fueron calando en mí, pero cuando ya empezó a cantarme, Te quiero, te quiero de Nino Bravo, mi mente se llenó de luz de repente. Me estaba describiendo sus sentimientos a través de esos versos y eso hizo que un gran escalofrío me recorriera por completo y que por fin perdiera el miedo a mirarla con deseo.

Ella había notado perfectamente todas mis reacciones y tras ese escalofrío también empezó a cambiar su forma de actuar conmigo. Comenzó a acariciar mis labios despacio mientras maltrataba los suyos, empecé a acelerarme cuando vi la mirada que me dedicó justo antes de aproximarse a mi boca y disfrutar un beso tan lento como las caricias que me había proporcionado para calmar mi estado emocional. Ella se había dado cuenta y no dejaba de provocar mi boca, de despertar mis ganas y ahí derribé un miedo más y me atreví a cogerla del culete para acercarla más a mi cuerpo y buscar la forma de acariciar su piel. Pero en cuanto vio mi intención me frenó en seco, sujetó mis manos, me las colocó al lado de mi cuerpo y me susurró al oído de un modo muy sensual que la enfermera era ella y que ella decidía como hacía la cura.

Sus intenciones eran claras, quería llevar las riendas del encuentro y me lo dejó clarísimo cuando me empujó para que me tumbara en la cama y empezó a quitarme la ropa. Eso me puso aún más nervioso, ella no dejaba de despertar mis ganas, deseaba tocar su piel, besarla, pero me tocaba dejarla actuar y portarme bien.

Empezó a descender muy lentamente por mi cuerpo deshaciéndose de mi ropa dejando en su lugar caricias y besos que me hacían suspirar cada vez más rápido, cada vez estaba más ansioso, y ella lo sabía perfectamente, mi cuerpo hablaba por mí ya que ella tampoco me permitía ni siquiera abrir la boca. En cuanto intuía que iba a pedirle que me dejara moverme, que me dejara acariciarla, ella me acallaba con besos ardientes que me iban poniendo contra las cuerdas. La última vez que lo intenté su contestación me aclaró qué medicinas contenía su kit de enfermera para hacerme las curas que necesitaba, que no eran otras que las específicas para eliminar las dudas que podía tener en cuanto al amor que me tenía, las necesarias para que me diera cuenta de las ganas que tenía de disfrutar ampliamente de mi cuerpo y la más importante la que nos hacía ser solo una persona. Una vez que esos principios activos me hicieran relajarme, confiar en ella, ver que estaba profundamente enamorada de mí, entonces si me tocaría hablar a mí para que ella siguiera ayudándome a avanzar.

Pensé que no podría estar más nervioso después de ese viaje lento que estaba haciendo por mi cuerpo depositando besos y caricias pero cuando beso mi corazón antes de dejarse caer sobre mi longitud realmente creí que me iba a dar algo. No me podía haber tratado con más cariño, ni con más generosidad y eso seguía haciendo ahora, amándome muy despacio, deslizándose sobre mi dureza sin prisa, pero sin pausa, acercándose cada poco a besar mi boca y mi pecho, mientras leía las señales que mi cara reflejaban y escuchaba como mis jadeos que inexorablemente se iban incrementando.

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