14. Italiano

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Ruggero

Estaba terminando de alistarme para salir al instituto.

El invierno estaba empezando a llegar, por lo que tomo una bufanda, en especial para tratar un poco la gripe que me cargo.

Llevo dos días así y no es nada bonito.

Según mamá es por el cambio de clima.

—Buenos días.

Apenas puedo hablar, he perdido un poco la voz. Y detesto estar afónico.

—Para mí, es mejor que hoy tampoco vayas al instituto.— mamá seca sus manos para venir a tocar mi frente.—No tienes fiebre pero es mejor que descanses.

—No me quiero retrasar más.— todos me miran como si tuviera un ojo cuadrado.—¿Qué? Soy un chico cumplido.

Me siento a desayunar y esta vez papá se ofrece a traernos.

—Antes que me olvide, si no tu madre me mata.

No sé de que está hablando hasta que lo veo sacar un frasco de la guantera.

—¿Es enserio? Ni siquiera vi cuando lo guardaste.

—No fui yo, fue tu mamá.

Mi madre siempre ha sido sobreprotectora y no se calma hasta que estemos muy bien recuperados. Por eso fue bonito devolverle tanta atención, a ella y a papá, los días que estuvieron en recuperación.

Hace solo dos días habían regresado a sus labores normales, sin esforzarse tanto.

Y es que hasta yo hubiese estado aburrido de estar dos semanas, completitas, en la cama.

Recibo la cucharada de remedio que me ofrece y bajo del carro con una expresión de asco.

Detesto ese jarabe.

—¿No será bueno que le tome la mano al bebé para llegar al otro lado de la calle?

—Cállate si no quieres servir como adorno de Halloween.

El malestar en mi nariz y garganta también producen mi mal humor.

Me despido de papá y camino hasta mi salón.

Parece que hoy todo el mundo ha amanecido de maravilla. O no sé si es que cuando uno está de malas parece que el mundo le restriega su felicidad y sonrisa en la cara. Es mejor ignorar a todos.

—Hola Pasquarelli, puedes darle esto a tu mamá y decirle que no mencione que recién lo hago cuando debí haberlo entregado ayer.— deja una bolsita en mi mano.—Eres un gran sujeto. Gracias.

Da una palmada en mi hombro e intenta irse.

—Alto ahí jovencita.— deja de caminar y me regresa a ver con una sonrisa. Raro.—Dime qué es y por qué no fuiste ayer a dejarlo.

Ella se empieza a reír.—Lo siento, no puedo tomarte enserio con esa voz.

—Ya deja de burlarte. Antes mejor dime porque no fuiste ayer, hubieses aprovechado para cuidarme.

Deja un leve golpe en mi hombro. Ya vi que no puedo ignorar a todo el mundo.

Aparte es extraño que este de tan buen humor aquí, a mi lado y precisamente conmigo.

—Son unas hojitas que mamá le manda a Anto para que te haga un té y te recuperes. Se me olvidó ayer porque salí con Pierre, así que no digas nada, si no me voy a ganar una regañada.

Y era eso. Solo quería que le hiciera el favor. Por eso desbordaba tanta bondad.

—Claro.— guardo la bolsita en mi mochila.—Cuenta con eso.

Little WishesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora