34. Sentimientos

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Ruggero

Estoy canalizando toda mi energía en mis ojos, pensando que con un poco de telepatía el líquido frente a mi va a desaparecer.

Quien en su sano juicio toma apio con no sé qué otro monte verde. Solo a mi buen entrenador se le puede ocurrir semejante cosa. De por sí ya odio el apio.

Estamos a dos semanas de navidad, con bajas temperaturas pero ni eso ayuda a que Alonzo deje de darnos esas cosas del diablo.

Amo cuando en su lugar nos da jugo de banano con fresa. Ese si es riquísimo.

El espíritu navideño se huele, literalmente. Sé que hay chicas en la cocina preparando lo que parecen ser galletas, es por eso que amablemente me ofrezco en ir por más jugo para mis compañeros.

Las ventanas están cerradas y la calefacción encendida, aunque afuera sigue oscuro. Ha pasado todo el día así, parece que ya fuera a caer la noche cuando apenas va a ser mediodía.

No me equivoco cuando veo a todas. Sabía que estarían aquí. Agustín no puede cerrar la boca pese a que le pido que no me cuente porque no me interesa.

Si te interesa.

Solo estoy a punto de ejecutar un plan maestro. Me muevo rápido hacia el lavadero y boto el contenido de mi vaso, abriendo el grifo para que no quede ningún rastro.

—Ustedes no vieron nada.

Lía es la primera en hablar.

—Solo si aceptas darnos chocolates.

—No voy a caer en sus chantajes.

—Llamaré a Alonzo.

Miro a Karol con una mueca de indignación. La chica ni siquiera me habla seguido y solo crea alianzas para ir en mi contra. Aunque es gratificante que lo vuelva hacer.

—Se los compraré en la tarde.

Oigo que me llaman y retomo lo que venía hacer por ellos. Me llevo la jarra de jugo que sobra y tomo un poco de la maza que está revolviendo Laura para dejar un punto en la nariz de Karol.

No sé de dónde ha salido ese impulso y no me detengo en escuchar cualquier reproche de su parte.

Karol

Sale rápidamente de la cocina, sin esperar que le diga algo por lo que acaba de hacer.

—Ruggero ha retomado su humor bromista.

El comentario de Valentina me hace despertar del trance en el que me he quedado.

—¿A qué te refieres?

Laura deja de triturar chocolate.

—A qué está dejando de ser un amargado. Ustedes no pasaron con él más de dos días cuando venía a visitar a sus padres.

—Pero él no era así.

Me atrevo a participar en la conversación.

—Cambio mucho cuando se fue a Inglaterra.

Lo dice concentrada en engrasar el molde que ocuparemos y no me mira para nada. Y sé a qué se debe.

—Perdóname que te lo diga Karol.— Lía se para a mi lado.—Pero ustedes terminaron de una manera abrupta.

—No me gusta hablar de eso.

—Y lo respetamos. Solo que como espectadoras nos parece muy raro pero tampoco juzgamos sus decisiones. La relación era de ustedes.

Nadie dice nada más sobre aquello y se ponen a discutir sobre el tiempo que hay que dejar el bizcocho y las galletas.

Se supone que las comeríamos aquí junto a los demás.

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