Extra: Una luna con mucha miel

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Nota: En la línea de tiempo de esta historia, este extra es de cuando Ruggero y Karol estaban en su luna de miel.

***

Karol

Mi cintura es apresada por las fuertes manos de mi esposo.

Mi esposo...que lindo suena eso.

Llevamos tres días en este precioso hotel de París y debo confesar que apenas hoy vamos a salir a recorrer el lugar.

Digamos que la cama es muy cómoda para abandonarla.

Justo ahora se me está haciendo difícil intentar salir de ella para salir a recibir el desayuno que hace unos minutos pedí. Busco mi bata para poder cubrir la desnudez de mi cuerpo e ir por el carrito repleto de comida.

El encargado desea que disfrutemos de la comida y con una sonrisa amable en su rostro se va por el largo pasillo.

El día está un poco nublado y oscuro, pero eso no va a impedir que haga que Ruggero salga de esa cama para poder ir a recorrer las calles de París. Creo que siente que estoy hablando de él cuando estira su mano y con los ojos cerrados trata de encontrarme a su lado.

Levanta un poco la cabeza y sus ojos achinados registran la habitación hasta que me ve en la esquina de esta. Es imposible contener mi sonrisa ante su aspecto. Es demasiado guapo, esos hoyuelos me tienen muy mal.

—¿Me vas a seguir observando desde allí o prefieres venir a mi lado?

La respuesta es tan obvia cuando empujo el carrito de comida hasta un costado y me acuesto sobre su cuerpo.

—Buenos días, esposo.

—Buenos días, mi amor.

Sus ojos se terminan de cerrar cuando me inclino a besarlo. Sus brazos se cierran en mi torso y enreda sus piernas con las mías. Un gemido brota de mi garganta por si solo porque puedo sentir su erección matutina, solo la sabana que lo cubre y mi bata de dormir separa nuestros cuerpos.

—Ruggero...

—Shh.

Sus manos buscan el nudo que está al frente, justo encima de mi vientre, pero creo que tiene una mejor idea cuando se desvía y mete su mano entre mis piernas, encontrando lo que tanto buscaba.

—La comida.— el placer no me deja hablar por completo.

—Exacto, voy a desayunar.

Con la otra mano, la que no se encuentra hurgando en mis pliegues, baja la bata dejando al descubierto mi hombro izquierdo y por consiguiente mi pecho queda al aire.

Sus labios me callan cuando introduce un dedo en mi interior y empiezo a gemir como una loca. Muerdo su labio inferior y el gruñido que escucho me excita aún más. Es por eso que quiero que sienta lo que yo estoy sintiendo cuando bajo la mano hasta su miembro y acaricio la potente longitud.

Mi esposo quita la mano de mi seno para bajarla suavemente por mi espalda hasta llegar a mi trasero y en un solo movimiento me quita de encima para dejarme debajo de su cuerpo con las piernas dobladas y abiertas para él, teniéndome a su completa merced.

—Se va a enfriar.— señalo el desayuno con el poco aliento que me queda.

Mis mejillas están rojas por la posición en la que me encuentro y por lo desesperada que me siento porque haga conmigo lo que quiera.

—No creo que eso importe mucho.

Baja su cabeza hasta mi intimidad y empiezo a perder la cabeza.

Y sí, creo que hoy también no saldremos de la habitación.

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