18. Momentos

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Karol

Dos días.

He pasado dos días castigada.

Y no es como si sea el mismísimo infierno pero mi madre no ha comprado ninguna golosina para mí.

Siempre lo hace. Esa es su peor manera de castigarme.

Sigo avergonzada por lo que ocurrió en la fiesta de Halloween, pese a que no recuerdo cómo carajos llegamos a la cárcel.

Y por Dios, saber que estuve drogada, me apena. Es algo que nunca pensé hacer y que no está en mis planes repetirlo.

—Mamá, ¿ya vas al supermercado hoy?

—Ni lo creas Karol, ya levántate porque vamos a ir a casa de Antonella.

No funciona por lo que sé que sigue enojada.

Montse viene terminando de agarrar su pelo en una coleta. Y las dos subimos al auto sin decir nada más.

Hasta estoy sin teléfono.

Es por eso que no he sabido con certeza que ocurrió ese día. Mi prima tampoco lo recuerda y ahora vamos a casa de Ruggero.

¿Y si hice alguna tontería con él?

Primero pasaremos por el supermercado, antes de ir a casa de los Pasquarelli.

Hoy es dos de noviembre. Y en mi casa dejamos montando lo que tradicionalmente hacemos en México.

Aunque es extraño este día no ir a conversar con mi abuela. Siempre lo hago. Estoy con el resto de mi familia pero me tomo un tiempo de ir para allá, a solas. Porque me gusta el momento que siento que comparto con ella.

No sé a ciencia cierta cómo lo celebran aquí pero por eso vamos a pasar con legítimos italianos.

Hacemos las compras, aun sin saber que van a preparar, y mamá no me deja tomar ninguna golosina. Me voy a quejar con su mejor amiga.

La suegra.

Diosito, haz que esos pensamientos dejen de llegar a mí sin pensar.

***

Antonella nos recibe y mamá le enseña lo que ha comprado hasta que ella asiente.

Cuando nos invita a pasar, Bruno nos saluda antes de irse con papá mientras conversan de no sé qué.

Seguimos a Anto en la cocina y cuando estoy por quejarme de la actitud de mamá al no querer comprarme un dulce, como toda una niña pequeña, ella se me adelanta.

—Yo la tengo castigada con no darle ni dulces ni su celular. A ella y a mi sobrina.

—Yo igual. Sus entrenamientos están prohibidos, solo cuando el entrenador del instituto hable conmigo lo dejaré ir.

La idea de quejarme queda en el olvido.

En silencio nos sentamos sin saber que hacer mientras las dos señoras se mueven con agilidad en la cocina. Vemos como un Leonardo medio adormilado, baja y nos saluda.

—¿Y tu hermano?

—Sigue durmiendo.

Son cerca de las diez de la mañana y yo tuve que despertarme a las ocho.

—Ahora lo levanto. Tiene que desayunar.

Se me ocurre una idea porque empiezo a aburrirme, así que me pongo de pie y le impido dar un paso más.

—Si quieres voy yo.

—¿Segura?

Asiento mientras tomo un vaso de plástico y lo relleno con un poco de agua. Mamá me dice que no pero Anto le quita importancia y antes, me dice que vaya rápido.

Little WishesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora