38. Boda

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Ruggero

Ajusto mi corbata y busco con la mirada el saco de mi traje.

Necesito llegar antes que la novia.

Ayer no pude encontrarla porque se había ido con todas sus amigas a no sé dónde—no me lo quisieron decir—y ya no pude hablarle. Pero hoy apenas me levanté necesitaba encontrarla.

Ni siquiera iba asistir a su boda, según yo no. A esta hora iba a estar en la playa o comiendo por ahí, olvidando la ceremonia que se estaba celebrando.

Son las cuatro de la tarde y según la invitación en media hora comienza todo.

Bajo las escaleras y ni siquiera espero a mis padres que están terminando de arreglarse.

—Ruggero.

Mi hermano está abrochando los botones de su saco pero su grito me detiene y espero que camine hasta llegar a mi lado.

—¿No te vas con nosotros?— niego.—¿Por qué?

—Necesito llegar antes.

Intento retomar mi camino pero mi hermano se interpone. Extiende sus brazos y bloquea la puerta.

—No vas a ir porque conozco esa mirada. No vas hacer nada de lo que estés pensando.

—Deja el drama y quítate.

—Karol está por firmar su acta de matrimonio.

—Guau, Leo. Si no me lo dices, te lo juro no caigo en cuenta.

Me fulmina con la mirada y decido que estoy perdiendo tiempo valioso.

—Escu...

—¿Marisa? Te ves preciosa.

Mi hermano gira de inmediato, mirando a la misma dirección que yo. Cosa que aprovecho para empujarlo y salir. El truco de que su novia ha llegado siempre funciona.

Tomo un taxi porque no tengo ni idea de dónde queda la dirección que ahora mismo le estoy dictando al chofer.

Hice que ella nos viera en una situación comprometedora.

Tu limonada tenía algo.

Karol se lo creyó todo.

La retorcida confesión de Graciela me palpita en las sienes.

La imagen de ese día no deja de dar vueltas en mi cabeza y el deseo de llegar rápido y poder hablar con ella me sobrepasa.

El taxista se estación cerca de lo que parece ser la recepción.

Tengo entendido que su boda por civil será aquí y luego irán a México a casarse por la iglesia.

Acto que necesito impedir.

Miro mi reloj de mano y son cuatro y cuarto. La gente debe de estar llegando. Los novios deben de estar por ahí.

Le paso un billete al conductor y no me molesto en esperar el cambio.

Disimulo lo mejor que puedo y con la mirada la busco. El lugar está muy bien decorado.

Veo a Montserrat hablar con una señorita de vestido beige y camino lo más rápido que puedo hacia ella.

—Montse...

—Espérame tantito.

Ambas mujeres ven la carpeta que una de ellas lleva en sus manos.

—¿Dónde está Karol?

—Allá.— mueve su mano en dirección a lo que parece ser una habitación que está lejos del lugar decorado.

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