Un escritor de romance con el corazón roto, decide escapar a Estados Unidos en búsqueda de inspiración. Allí, en un pueblo peculiar, conoce a cierto hombre, que es adorado por todos, pero esconde un secreto perturbador que, accidentalmente, el prota...
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Mientras las rebanas de pan se tostaban en su respectivo aparato, revisé mi teléfono donde la mayoría de mensajes y llamadas perdidas eran de Yujeong pidiendo disculpas y de Yongban queriendo saber dónde estaba. Por un instante, me imaginé lo preocupado que debía estar mi mánager al no dar con mi paradero, más por la forma en que habíamos discutido la última vez que me visitó después de que regresé de París. Era entonces que me consideraba un amigo bastante egoísta, ya que más allá de ser compañeros de trabajo, solo le había dado preocupaciones al pobre chico. Di un respingo cuando el móvil rompió el espeso silencio en que la casa estaba ambientada, anunciando una llamada entrante de este.
Arrugué mi nariz en respuesta para llevármelo a la oreja. Una vez la acepté, tratando de ignorar la culpa que punzaba en mi pecho.
—¿¡Dónde demonios estás, Imbécil!? —Tuve que alejar el aparato de mi oído ante su grito.
Estaba molesto, mierda. Se encontraba cabreado como nadie. Yongban Kim no era el tipo de persona que maldecía; era un ser humano tranquilo; casi podría decir que su personalidad era de Hippie en pleno viaje astral, la mayoría del tiempo donde su paciencia rozaba a ser casi infinita, pero cuando se enojaba, era un sujeto muy diferente. Él y yo éramos muy distintos. El que solía tener el carácter del infierno era yo, y a pesar de recibir riñas de su parte a causa de eso, no consideraba cambiarlo.
—Hice un pequeño... "Viajecito" —respondí apoyando mis codos en la encimera una vez dejado en altavoz el teléfono en este.
—¿Dónde estás? —preguntó más calmado después de un largo silencio—. ¿Daegu?
—Noup. Más lejitos.
—¿Gwangju?
—Más lejitos.
—No estoy para juegos, Yeonsuk, la editorial necesita tu culo en la empresa, quieren hablar de los términos de tu culminación de contrato. —Solté un bufido.
Por supuesto, ahora que no estaba en el ranking de venta no les parecía útil; aún cuando mis libros los sacó de la quiebra en más de una ocasión, este tipo de inconvenientes opacaban los buenos méritos que mis novelas les habían traído, no solo en popularidad sino a nivel económico. Eran unos bastardos interesados, y eso no solo aliviaba mi malestar al saber que pronto podría sacar mi culo fuera de sus mierdas.
—Estoy en Estados Unidos. —No hubo respuesta inmediata de su parte por un tiempo.Tanto así que encendí la pantalla del teléfono para asegurarme que la llamada no se había cortado por error. Pero al confirmar que aún seguía conectada volví a dejar el aparato a un lado.
—¿¡Estados Unidos!? ¿¡Has perdido la cordura, Estúpido, cabeza de testículo de toro!? —Apreté los labios para no reírme ante sus insultos, menos cuando la imagen de mi rostro se ilustró en mi mente en el lugar que mencionó—. ¿¡Qué demonios haces allá!?