Un escritor de romance con el corazón roto, decide escapar a Estados Unidos en búsqueda de inspiración. Allí, en un pueblo peculiar, conoce a cierto hombre, que es adorado por todos, pero esconde un secreto perturbador que, accidentalmente, el prota...
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Desperté sobresaltado, sacando mi rostro que se encontraba enterrado entre las almohadas, somnoliento, detallé el cuarto con el ceño fruncido, la anormalidad de la situación, ¿Por qué no me hallaba en la habitación principal? Los vagos recuerdos de lo ocurrido en el día anterior fueron la respuesta a mi debate existencial.
Me apresuré a bajar las gradas sin tomarme el tiempo de ponerme las sandalias y corrí por el pasillo hasta la lavandería chocando mi dedo meñique del pie contra la puerta de la entrada en donde estaba almacenada esta.
El punzante dolor me motivó a soltar profanidades mientras daba pequeños brincos a la vez que avanzaba a la secadora, y al estar frente a ella la abrí, no estaba su ropa. Jungsoo se había marchado. Se había ido y no sabía como sentirme al respecto.
Cojeando me dirigí a la cocina mientras me debatía si debería preguntarle a Olivia algo relacionado con lo ocurrido ayer, o quizás, podría pedirle la dirección para llevarle algo como agradecimiento. Las ideas fueron a segundo plano en el momento que al cruzar el lumbar de la entrada de la cocina aprecié la alta anatomía de Park moviéndose ágilmente por el espacio, como si estuviera en su propia casa.
Me apoyé contra el marco cruzando los brazos en mi pecho, apreciando la habilidad culinaria de este, la destreza al usar el cuchillo y la forma divertida que hacía ruiditos al probar la comida.
—¿Dormiste bien? Te quedaste dormido, apenas te tumbaste a mi lado, ¿Lo sabías? —Jungsoo rompió el silencio.
—¿Qué estás haciendo? Se supone que yo debía hacer el desayuno —contraataqué, me acerqué a su costado para apreciar la variedad de comida que había a disposición.
Y mi estómago gruñó ante el olor de esta.
—No dabas señales de despertar pronto, así que tomé la iniciativa. —Miré el reloj que había en la cocina y bufé en respuesta.
—Apenas son las ocho y media de la mañana, ¿Quién demonios se levanta antes de las ocho? Ni lázaro se tomó tales descaros —Me moví para permitirle el paso cuando llevó los platos al comedor.
Este soltó una risita.
—Todos aquí, a excepción de ti al parecer. —Fue mi turno de reír sin humor.
Ayudé a llevar los cubiertos porque Jungsoo no me permitió ayudarle a llevar las tazas de chocolate caliente, según él, temía que arruinara la estética de su preciado desayuno. Razón que me motivó a insultarlo.
Para mi sorpresa este estuvo delicioso y, a medida que Jungsoo hablaba de algunos platillos que su madre le había enseñado, aprecié la forma que sus ojos brillaban de manera peculiar, y, como buen homosexual chismoso que era, necesitaba saberlo todo. Porque también lo envidié; en mi caso, eran muy vagos los recuerdos que tenía de mi mamá, recordaba que acostumbraban decirme que entre mi hermano y yo, mi aspecto físico era muy similar al de ella. Solía ser una mujer muy amable y enérgica, pero después de un tiempo su salud empeoró. Se refugió en la fe cuando fue diagnosticada con leucemia, y esta fue la que la motivó a levantarse cada mañana; sin embargo, la enfermedad resultó más fuerte que ella.