Un escritor de romance con el corazón roto, decide escapar a Estados Unidos en búsqueda de inspiración. Allí, en un pueblo peculiar, conoce a cierto hombre, que es adorado por todos, pero esconde un secreto perturbador que, accidentalmente, el prota...
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Después de llegar un acuerdo con Emma y sus padres, logré tener a Petro a mi custodia cuando necesitara moverme por el pequeño pueblo que al final no era pequeño, ¿Fue fácil? Para nada, no cualquiera prestaría su auto a un desconocido que vino del otro lado del mundo, por esa razón mi sorpresa se hizo notoria en mi semblante en el momento que estos accedieron luego de haberme invitado a una inesperada cena para conocerme días después de haberles pedido el favor. Durante esta conocí un poco más de mis curiosos vecinos amantes al anime, de forma que gran parte de la comida estuvieron preguntándome cosas relacionadas con ellos, llegando incluso a ofrecerme dinero por enseñarles japonés.
Vaya decepción se llevaron al darse cuenta de que era coreano.
Una tarde conduje en dirección al pueblo, después de pedirle indicaciones a varias personas en el camino logré dar con la ubicación que necesitaba media hora más tarde, algo que estaba seguro hubiera sido motivo de burla para que mi diminuta vecina, quien tomaría esa oportunidad para echarme la bronca por lo que quedaba de semana. Estacioné el auto frente a la edificación y descendí luego de asegurarme de cargar conmigo mis cosas.
El sol estaba descendiendo al otro lado de la calle dándole tonos anaranjados y rosáceos al cielo; mis ojos recorrieron las dos calles apreciando lo limpia que lucía la avenida y, finalmente, me introduje al edificio de arquitectura victoriana.
Para cuando me adentré a esta, el olor a libros con un ligero aromatizante a canela invadió mis pulmones haciendo que sonriera ante las sensaciones cálidas que esos simples olores me generaban; era casi estar en el paraíso y a mi mente vinieron esos inevitables recuerdos de secundaria donde me escondía en las bibliotecas para leer algunas novelas que estaban en los libreros, o al menos las que eran "Aptas" para mi edad en ese entonces.
Seguí por instinto el largo pasillo de azulejos de madera que concluyó con un mostrador del mismo material donde una chica de piel oscura al otro lado de este tecleaba en su computadora a la vez que masticaba un chicle haciendo sonoros y molestos sonidos con este. A su lado izquierdo había dos teléfonos tradicionales de cable y, al otro, un fax y una impresora. Detrás de ella había una pared con numerosos afiches relacionados con clubs de lectura, contactos de venta al por mayor de libros, números telefónicos para cursos extracurriculares, calendarios con imágenes de paisajes y animales a los costados, y, listas con nombres que desconocía cuál era su función y tampoco me interesaba saberlo.
—¿Te vas a quedar parado ahí por mucho tiempo? —La chica rompió el silencio, volví mi vista a esta—. ¿Eres nuevo en el pueblo no es así? Porque si eres turista, el cartel que da los Tours por el pueblo está por allí y el salón en el tercer piso.
Miré con brevedad a mi costado donde había señalado para mirarla nuevamente con escepticismo.
—Lo dices por mi aspecto, me imagino. —Esta asintió, por supuesto. Un asiático de tez demasiado blanca con cabello castaño claro resaltaría en un país occidental.