culpa

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Amalia Linner

Sentía como mi cabeza daba vueltas, abrí los ojos con dificultad, acomodándome en el piso helado de cemento, cuando al fin pude ver con claridad, observé a mi alrededor.

—No, no, no—murmure con lágrimas cubriendo mi visión.

Otra vez encerrada, otra vez en una maldita celda.

Corrí a la puerta tratando de abrirla, necesitaba salir, no podía aguantar ningún minuto más ahí, no quería sentirme igual como hace años, no quería sentirme indefensa, no otra vez.

—¡Hay alguien ahí! ¡Ayuda!—golpeaba la puerta con mis manos y pies, estaba desesperada. Después de unos minutos así, me di cuenta que nadie vendría, rendida, caí al suelo con mis manos en la cabeza, dirigiendo la vista a mis pechos, dándome cuenta que aún estaba desnuda de la cintura para arriba.

Mierda

Me tape como pude con mis propias manos, ni siquiera había una sábana para taparme, y en ese instante, recordé lo que había pasado, lo que Ikaris había hecho, inspeccione cada rincón de mi cuerpo buscando la más mínima señal de abuso en mí.

Estaba todo en orden.

—¿Por qué todo lo malo me pasa a mí?—me lamenté acurrucándome entre mis piernas, llorando por el dolor y el recuerdo que me traía ese lugar, hundiéndome en un sueño profundo.

Me desperté sobresaltada al escuchar como cerraban la puerta de golpe, era él.

—Vístete—dijo lanzándome una camiseta.

La tomé rápidamente y dándome media vuelta me vestí, no aceptaría nada de ese tipo, pero claramente no podía rechazar la prenda, la necesitaba.

—¿Qué me harás?—pregunté sin rodeos—No creo que me hayas traído hasta aquí solo para matarme, lo habrías hecho hace mucho tiempo si eso quisieras.

Se hecho a reír.

Idiota.

—Pequeña Amalia—dijo acercándose sin quitar la vista de mí—Mi plan no es matarte, aunque, no te negaré que ese era el plan antes de conocerte.

Se ubicó a mi altura y tomó mi mejilla, pero rápidamente volteé mi cara, lanzándole una mirada de odio, el odio más puro que había sentido, igual al que sentía por mi padre.

—Entonces.

Se levantó de golpe y se puso a caminar de lado a lado, riendo y murmurando cosas que no lograba entender completamente.

—Quiero que seas mía Amalia, quiero que me ames, que me desees, que no pienses en nadie más que en mí ¿Entiendes?

En esta oportunidad, me tocó reír a mí.

—¿De que mierda te ríes?—se acercó rápidamente hacia mí tomando mi brazo levantándome del suelo con brusquedad.

—De lo idiota que eres—escupí—¿Crees que voy a amarte así? ¿Encerrada aquí?

Él solo me observaba con cierta incredulidad.

—Aunque me tengas cien años encerrada y muerta de hambre, no seré tuya—me acerqué a su rostro provocándolo—Jamás.

The girl with green eyes [Druig]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora